
La política criminal
La política criminal debe estar enfocada en la prevención y la superación de las causas que propician el delito y no solo a la sanción y el castigo. Eso se logra a través de una política social concentrada en el rescate de los principios y los valores nacionales que estructuran la formación de la ciudadanía. Mejores familias forman grandes individuos. Un mejor Estado incide en la calidad de su gentilicio.
Los máximos exponentes de la escuela clásica de la criminología afirmaban que todo ser humano era un potencial delincuente. Cualquiera podía cometer un delito en circunstancias inmanejables o insostenibles. Sus argumentos reposaban sobre la posibilidad que tenía una persona de intervenir en una empresa criminal de forma involuntaria, o decidida a partir de su interés, sus apetitos, deseos o el vaivén de las circunstancias, al estar sus propósitos dominados por los instintos y el poder de las emociones. El comportamiento del hombre ofrece una cláusula infinita de enigmas que siguen aún sin resolverse.
Algunos pensadores positivistas se hicieron célebres al afirmar que el delincuente tenía un gen criminal que le predisponía a adoptar ciertos patrones de comportamiento. Los hijos de los tigres parecieran nacer pintados bajo este criterio.
Varios teóricos provocaron una revolución conceptual al señalar que el tamaño de la masa encefálica era un signo indicador del potencial delincuente o de una tendencia a la prostitución. Muchos padres acudían a la cinta métrica para cuantificar el riesgo de sus niños, midiéndoles la cabeza. Hoy sería inimaginable que alguien mida el desarrollo de los infantes con “fines preventivos”. Aunque, la realidad suele superar a la ficción en muchas mentes dominadas por la superstición y los mitos recreados por tradiciones conceptuales ampliamente superadas.
Hoy la presunción de inocencia y el debido proceso ponen al individuo bajo la garantía de que no pierde su condición humana (por lo menos procesalmente) más allá de su comportamiento. Sin embargo, la actitud de las personas cambia según sea el personaje que está en entredicho. Si es un desconocido o un enemigo, es un monstruo. Si se trata de un amigo o aliado, es un ángel, aunque la conducta sea la misma, por el triunfo nefasto del relativismo moral que ha incidido en el sistema judicial.
La política criminal debe estar enfocada en la prevención y la superación de las causas que propician el delito y no solo a la sanción y el castigo. Eso se logra a través de una política social concentrada en el rescate de los principios y los valores nacionales que estructuran la formación de la ciudadanía. Mejores familias forman grandes individuos. Un mejor Estado incide en la calidad de su gentilicio.
La formación moral debe estar incluida en la agenda del Estado para que no varíe según el criterio del gobierno de turno. O peor aún, para evitar que parezca una moral sin fuerza o una fuerza sin moral: La clave se llama valores. Así será una política criminal y no una idea criminal para la política.
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