Son una categoría social soñando con superar la clase. Destacarse por su atuendo y no por sus ideas es la pintura de una pieza teatral en la que siempre quieren ser protagonistas. Aunque suelen comprar discursos extraordinarios, leídos de forma ordinaria y bajo el azote de la lengua, la distinción es su norte.
Son revolucionarios de ocasión, conservadores temporales, liberales artificiales y anarquistas a conveniencia. Su capacidad de adaptación es envidiada por los camaleones y otras especies de sapos y réptiles que habitan su variado ecosistema. Todo es posible y adaptable a las circunstancias según el criterio del detentador del poder que representan en el momento de ejercer su notorio liderazgo. Lo saben y les gusta.
Les inspira que hablen de ellos, aunque sea mal, porque el escándalo es noticia en la sociedad del espectáculo. Estar en la boca de todos es esencial para no perder vigencia ni actualidad. Posicionarse es la consigna. Describirles solo puede lograrse a través de la ironía, la mofa, la sátira y una combinación desinhibida de tusa tropical.
Se oponen a los concursos de méritos porque ponderan la fuerza de las relaciones sobre las evaluaciones. Principalmente si sus notables contactos son las bases de las camarillas, las clientelas o las militancias propias de causas comunes partidarias de un orden social en el que el mandato popular ponga a los ciudadanos al servicio de los funcionarios. Especialmente si se aproximan elecciones.
Andan en camionetas blindadas muchas veces con escoltas exhibiendo su opulencia en los barrios de menor poder adquisitivo, para impresionar y obtener el apoyo de quienes requieren su ayuda.
Una vez triunfan, olvidan el concepto del servicio público para erigirse como los nuevos patrones públicos, desvirtuando la democracia en una forma de oclocracia vestida de plutocracia. Esa imagen la hemos visto todos en algunas oficinas del Estado.
Se espera que una sociedad decente sea aquella en la que no se humille nunca a los usuarios. Específicamente en instituciones anunciando su función social enfocada al servicio de la ciudadanía y olvidando que sus agentes dejaron atrás la vocación de servir por el oficio de mandar. Son servidores públicos en la metamorfosis de los patrones públicos.
Un servidor público real es el estandarte de la función social de la organización estatal. El referente ético y moral de la ciudadanía que quiere observar el ejemplo de las buenas formas y la capacidad del noble gentilicio que les identifica. Servir es mostrar el mejor rostro de la humanidad: La nación desea el potencial de los buenos servidores.
Aunque la palabra servir está en devaluación y desuso por la concepción posmoderna de la esclavitud, no podemos olvidar que el servicio público es la obligación moral de quienes ejercen funciones administrativas del Estado y que el líder ideal es un servidor, más que un patrón. El reto del país es recordar lo que debemos ser, porque se espera que demos lo mejor para el bien de todos: Formando el yo desde el nosotros y sirviendo sin las mutaciones de los patrones públicos.