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Opinión

Josefa

La abuela de Romario y Camila, Josefa Morelos, no es cualquiera abuela. A los 8 años de edad tuvo que enfrentar un desplazamiento por la violencia en El Chicho, una vereda cercana a San Onofre, Sucre. Cuenta que se quedó dormida sobre un bulto de yuca y cuando despertó estaba sola en Cartagena, en el barrio Chambacú. A lo largo de su vida ha conocido el dolor muchas veces y de muchas formas. A temprana edad supo qué era enfrentar otra forma de violencia, cuando el padre de sus hijos le disparó cuatro veces y por poco la mata. 

Pese a todas las dificultades, Josefa ha sido una incansable luchadora y es reconocida por su comprometido liderazgo en la comunidad. Es una mujer formada y valiente, a la que la vida nunca le ha sido fácil. Por eso es posible verla dando declaraciones en los medios de comunicación ahora que sus nietos han muerto por leptospirosis. Ante las cámaras de los noticieros Josefa exige. Sabe que los administradores de las políticas de salud tienen responsabilidades cuando se trata de enfermedades que se pueden prevenir. Sabe que los obstáculos en la atención, que los engorrosos trámites del sistema de salud demoran los diagnósticos y los tratamientos. Sabe que su reclamo es justo y está dispuesta, pese al dolor, a seguir luchando. 

La leptospirosis es una enfermedad que se transmite a través del contacto con la orina de los animales infectados. Por ejemplo, si el animal orina en el agua y luego las personas consumen el agua o tienen contacto con la mucosa, se pueden infectar. En las zonas más tropicales, por la humedad y el clima, hay más casos de leptospirosis. Se han documentado focos epidemiológicos en el Atlántico, La Guajira, Quindío, Magdalena, Valle del Cauca y Urabá. Las pacientes comienzan a reportar fiebre alta y terminan con los órganos destruidos. El caso de los nietos de Josefa llama especialmente la atención porque son en una misma familia y su lugar de residencia es en Daniel Lemaitre, un popular barrio de Cartagena, muy cercano al centro turístico de la ciudad. 

Romario, el nieto de Josefa, murió hace dos meses. Era un muchacho de 21 años que había empezado a estudiar derecho. La semana pasada murió su hermanita, Camila, una niña de 17 años de edad. En noviembre, cuando enterraron a Romario, no se les pasó por la cabeza que estarían poco tiempo después enterrando a Camila en el mismo cementerio y por la misma causa. No tenían por qué saberlo. Quienes sí debieron advertir el riesgo y actuar con mayor determinación eran las autoridades de salud pública. Si los entes territoriales no tienen la capacidad de actuar, al Ministerio de Salud le cabe gran responsabilidad. Las autoridades dicen, lavándose las manos, que nada se puede hacer contra los malos hábitos. Se equivocan. Canalizar los caños, alternativas de drenaje pluvial, desratizar, campañas de prevención, manejo de basuras y disminuir las barreras de acceso a la salud, le corresponde a quienes administran el presupuesto público.

Como si ya Josefa no hubiera dado tantas luchas en la vida, le toca seguir peleando contra un sistema de salud que debió hacer lo necesario para que esta terrible enfermedad no terminara comiéndose las entrañas de sus queridos nietos. 

javierortizcass@yahoo.com

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