Hay un momento que los pueblos dicen ¡basta!, y se percibe en el ambiente una sensación que el sociólogo norteamericano Robert Merton describió como anomia: los ciudadanos tienen la percepción de que sus líderes políticos son indiferentes a sus necesidades; que es poco lo que puede lograrse en una sociedad en la que las élites políticas y económicas priorizan sus intereses por encima del bien común. Particularmente los jóvenes perciben que sus objetivos de vida se vuelven inalcanzables.
La mitad de los jóvenes de Colombia no estudian ni trabajan, y los privilegiados que obtienen un título universitario deben esperar un tiempo considerable para conseguir su primer empleo.
Una situación tan difícil como la que está viviendo el país nos lleva fácilmente a lo que Merton denomina “el factor anómico”, consistente en que un porcentaje de individuos, al sentir que los medios institucionalizados no les permiten alcanzar sus metas, optan por el camino de la delincuencia o de la rebelión. Esto no solo está ocurriendo en Colombia, sino en toda América Latina.
En estos momentos de tensión que vive el país, el riesgo mayor es perder la democracia, porque detrás de este malestar generalizado están aquellos que ven la oportunidad de encausar las aguas del descontento para su beneficio. Por esto, no es bueno caer en el negacionismo absoluto, es decir, que todo está mal, que todos son corruptos, que la justicia no sirve, porque ello puede ser aprovechado por un autócrata. Así ocurrió en Alemania, que permitió el ascenso al poder a Adolfo Hitler, y en el país hermano de Venezuela, donde precisamente una reforma tributaria monetarista, “el paquetazo”, le permitió a Hugo Chávez acceder al poder.
En Colombia prevalece la idea de democracia en la mayoría de la población, pero cuando la violencia se toma las calles debemos tener cuidado, porque en estos ambientes de descontento y enojo es en los que aparece el monstruo totalitario disfrazado de salvador.
Todos queremos vivir, pero para un buen vivir tenemos que aprender a convivir. En cierto sentido es mentira el pensamiento cultural dominante respecto a que la sobrevivencia es una competencia en la que sobreviven los mejores y los más fuertes. Si se observa la historia evolutiva, lo que nos ha hecho humanos ha sido la colaboración, el cuidado mutuo, la ayuda de los otros. ¿Qué sería de nosotros en esta pandemia sin el cuidado de los trabajadores de la salud? Hay que abandonar esa actitud negativa y pesimista de que todo está mal. Siempre habrá un futuro mejor cuando hay diálogo y colaboración. Esto ha sido una constante en la historia humana.
Las protestas son legítimas en una democracia siempre y cuando no perjudiquen a otros, a la comunidad ni a nosotros mismos; por eso, quienes protestan legítimamente deben oponerse al accionar de los violentos, porque siempre que prima la violencia terminan sacando provecho los enemigos de la democracia.