Que un par de amantes se demuestren su afecto mirándose a los ojos, tomándose de la mano y dándose el más tierno de los besos, nos parece una escena necesaria en este mundo repleto de horrores y de odios.

“Bienvenido el amor”, decimos mientras las parejas se susurran las frases más fervorosas; “Amaos”, los invitamos repitiendo la orden suprema de Nuestro Señor; “Caramba, esos muchachos sí se quieren”, proferimos a la manera del ídolo fallecido.

Pero, mucho cuidado. Esta contemplación edénica, estas palabras de aliento a quienes se quieren tanto, solo sirven si los protagonistas de nuestra admiración son un hombre y una mujer. Si la cosa es entre personas del mismo sexo comienza a bullir en nuestro casto espíritu la llama implacable de la condena, la idiotez y la discriminación.

Hace un año, dos mujeres fueron obligadas a desalojar La Licorería, el establecimiento de Barranquilla en el cual departían, luego de que los propietarios las pillaran agarradas de la mano. “Estas conductas no están permitidas en este establecimiento” –les mandaron a decir con uno de los meseros–, “Hágannos el favor de retirarse”. Y así tuvieron que hacerlo las jóvenes amantes, ante la mirada complaciente o indolente de los demás clientes, como si manifestarse su afecto fuera el más oprobiosos de los delitos, como si para quererse tuvieran que huir a esconderse en algún callejón oscuro.

Para algunos resulta inverosímil que a estas alturas todavía existan episodios de discriminación pública motivadas por la raza, el sexo, el género, la procedencia o la religión de los discriminados. Pero esa sorpresa en una muestra de ingenuidad que no le hace bien a la sociedad ante la cual se reacciona. La verdad es que Colombia, en general, y Barranquilla -la ciudad donde ocurrió este miserable incidente-, en particular, son esencialmente retrógradas, machistas y homofóbicas. Este talante excluyente, esta tendencia a sancionar lo que “no está bien”, está tan profundamente instalado en nuestra forma de ser que cambiarlo –si es que se puede cambiar– nos tomará mucho tiempo.

Por lo pronto, ante la tutela impuesta por las víctimas, en la cual exigen que sean protegidos sus derechos fundamentales a la dignidad humana, al libre desarrollo de la personalidad, a la intimidad personal, a la igualdad y a la prohibición de discriminación por la orientación sexual diversa, se pronunció hace unos días la Corte Constitucional ordenándoles a los propietarios y administradores de La Licorería, a ofrecer disculpas por escrito y a tomar las medidas del caso para que no se repitan allí actos de discriminación de ningún tipo.

Cumplió con su deber la Corte en este caso, como lo ha hecho en otros similares. El asunto es que la jurisprudencia, por sí sola, no es suficiente. Estos abusos no desaparecerán hasta que los discriminadores no desaparezcan, en el fondo, su percepción sobre las personas a quienes su idiotez sin límites sigue considerando como retorcidas. No hay otro camino. Ni siquiera bastará con dejar de ir a La Licorería.

@desdeelfrio