
Ganar y perder
Me resisto a creer que el éxito alcanzado a nivel global por el estudiante Pedro Luis Bonilla le reste méritos a lo que aprendió en la universidad.
Unas de las satisfacciones más grandes que he tenido en mi vida de educador son los mensajes de los estudiantes que me contaban, -y me cuentan todavía-, que ganaron un galardón, una beca de estudios en el país o en el exterior, una medalla de reconocimiento a sus logros académicos.
Con mucha generosidad, y también con humildad, atribuyen a sus padres, a sus compañeros, a sus profesores, parte de sus triunfos, y muchos –para mi sorpresa- me incluyen en la lista de agradecimientos. Con parecida satisfacción leí en EL HERALDO que el estudiante de la Universidad del Atlántico, Pedro Luis Bonilla, oriundo de Galapa, había ganado una beca para ser entrenado como ingeniero nada menos que en la NASA. No es un logro cualquiera: concursó compitiendo con millones de estudiantes en el mundo y quedó seleccionado entre los 60 mejores por la agencia espacial más famosa del planeta. Había leído en estos días la entrevista que El Tiempo le hizo al profesor de Harvard Michael Sandel con motivo de la publicación en español de su libro “La tiranía del mérito”. Refiriéndose a la meritocracia, el profesor Sandel reconoce que esta es una alternativa deseable para escoger personas sin tener en cuenta su origen social, clase, raza, etnia o religión.
Sin embargo, señala en la entrevista que ese mismo método de elección ha profundizado una división, aparentemente perversa, entre ganadores y perdedores. Que hay unos que pierden y otros que ganan ha aumentado las desigualdades en Estados Unidos, y ha agravado las actitudes hacia el éxito, pues los que ganan “creen que su éxito es obra de ellos y que, por tanto, merecen recompensas, y eso implica que se crea que quienes luchan, pero salen perdiendo, también deben merecer su destino. Y es así como la meritocracia corrompe el bien común”, dice el profesor. Me cuesta trabajo trasladar ese razonamiento, producto de un contexto tan diferente al nuestro, donde el triunfo, -no digo que todos los triunfos-, particularmente el académico, es resultado de un esfuerzo largo, y en ocasiones heroico, de estudiantes que no tienen palancas políticas ni padrinazgos sospechosos para ganar: todo se lo deben a sí mismos, a lo que ellos son y a su lucha personal.
Sin haber leído el libro, pero remitiéndome a la entrevista que él da, anoto que el profesor Sandel, además de señalar las desigualdades salariales crecientes en su país con base en los triunfos individuales, se muestra preocupado por la búsqueda de títulos universitario para triunfar, pues ello reafirma que “lo que ganes dependerá de lo que aprendas”. Una idea que mal entendida distorsiona el sentido de lo que significa estudiar y prepararse, incluso hasta con objetivos de ascenso social, que en países de menor desarrollo económico como el nuestro son tan legítimos como apremiantes. Me resisto a creer que el éxito alcanzado a nivel global por el estudiante Pedro Luis Bonilla le reste méritos a lo que aprendió en la universidad para llevarlo a la NASA, ni autorice a pensar que quienes no ganaron la beca son unos fracasados que se merecen su destino.
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