
El presente es la horma de la memoria. En las entrevistas que el escritor Arnoldo Palacios dio pocos años antes de su muerte, recordó que a finales de agosto de 1949, después de la publicación de su novela Las estrellas son negras, conoció a Gabriel García Márquez en Cartagena. Arnoldo se ganó una beca para adelantar estudios en Francia y llegó a la ciudad a tomar el barco que lo llevaría a su destino. Dijo que la tarde del día anterior a su partida conversó con Gabo y que al día siguiente por la mañana, este fue a despedirlo al muelle. Arnoldo resaltó un detalle de aquel recuerdo: Justo en el momento en que las sirenas empezaron a anunciar el abordaje, Gabo se sacó del bolsillo un ejemplar de El Universal en el que había escrito una nota sobre su partida y se lo entregó. Nunca más se vieron.
Hoy sabemos que por lo menos algunos datos de aquel preciso recuerdo de Arnoldo no son tan precisos en la realidad: La nota sí existió. Apareció en Comentarios en El Universal del miércoles 31 de agosto de 1949, con el título de “Arnoldo Palacios viaja a París”, pero no estaba firmada. Jorge García Usta, uno de los estudiosos más diligentes de los inicios literarios del Nobel, dijo que lo más probable es que aquel texto lo hubiera escrito Clemente Manuel Zavala, el editor que recibió a Gabo en el periódico cuando llegó de Bogotá huyéndole al Bogotazo. Era una pequeña y halagadora reseña. Decía que si por este lado no se había dicho nada de la aparición de Las Estrellas son negras, se debía a que la casa distribuidora no mandó la novela a la ciudad, pero que ahora que el autor estaba de paso por Cartagena no había motivos para guardar silencio. Palacios –decía el artículo–, hablaba de la gente que crecía, se multiplicaba y moría “arracimada” en el Chocó, entre lluvias e indiferencia social, y que en el fondo de ese idioma azaroso había “una hermosa tonalidad lírica”.
No era extraño que Gabo escribiera este tipo de notas sin firma; solían turnárselas entre Zavala, Rojas Herazo y él. Pero lo que parece ir a contrapelo con esta creencia, es que apenas un semestre después del encuentro y de la aparición de la reseña, García Márquez publicó, en enero de 1950, su habitual columna La Jirafa en EL HERALDO, con el título de “Por tratarse de Hernando Téllez”. Allí mostró su desacuerdo con un texto que Téllez sacó en El Tiempo, en el que anotó que el libro de Arnoldo era el mejor libro en prosa editado en Colombia en 1949. Con el impulso suicida que da hacer crítica literaria a los 22 años de edad, y mostrando ya los cimientos de los principios literarios que defendería toda la vida, Gabo dijo que era inconcebible la visión del crítico capitalino, pues la novela de Palacios, a su entender, era mediocre técnicamente, y recurría a un “gastado molinillo de resentimiento racial”.
La memoria es una editora hábil. Arnoldo, como el resto de canales, recordaron aquella nota sin firma y se la atribuyeron al Nobel, pero no recordaron la que sí firmó. El presente inventa el recuerdo, trata de untar nuestro pasado con la gloria que ocurrió.
javierortizcass@yahoo.com
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