
Organizaciones sociales realizaron un informe que contiene 156 casos de ejecuciones extrajudiciales y días pasados lo presentaron a la Comisión de la Verdad, a la Unidad de Búsqueda de Desaparecidos y a la JEP. Lo titularon “Ni descuido ni manzanas podridas” y sus páginas describen homicidios por falsos positivos que estarían ejecutados por tropas a cargo del coronel Carlos Medina Jurado a su paso por el Batallón de Artillería Nº 4 y la Brigada XIV. Los casos documentados son del Oriente antioqueño y Magdalena medio que se sumarían a otros tantos de todo el territorio nacional, ahora tenidos en cuenta dentro del caso 003 de la JEP, abierto hace un año, sobre “muertes ilegitimamente presentadas como bajas en combate por agentes del Estado”.
Falsos positivos se les ha llamado, apenas un eufemismo que demuestra nuestras vacilaciones para nombrar la barbarie. Tan delicados con el lenguaje, tan medidos, tan escrupulosos a la hora de sacar la información, mientras tanto, se hacían pasar campesinos por guerrilleros, muchachos pobres por guerrilleros, los asesinaban y los vestían de camuflado, les ponían un arma, los reseñaban en algún lugar, y cuando sus madres los buscaban, el presidente decía que esos muchachos no estaban recogiendo café. El país se desentendía, mientras uno a uno los iban montando en camiones, los llevaban con engaños, les prometían trabajo como jornaleros, los elegían al azar, se aprovechaban de la inocencia, de la vulnerabilidad, de sus ganas de ganarse el día, de su indefensión, de su condición de campesinos…
La reciente publicación de The New York Times urgó la herida y puso en conocimiento el doloroso escenario actual. Tituló “Las órdenes de letalidad del ejército colombiano ponen en riesgo a los civiles, según oficiales”. Las reacciones que siguieron después fueron referenciadas por distintos titulares de la prensa nacional, ampliamente descritos por una atmósfera de indignación del gobierno colombiano y su partido. Una suerte de nacionalismo ramplón cuya cereza del pastel fue la salida de Daniell Coronel de Revista Semana. El caos, sin embargo, como suele ocurrir con las buenas costumbres colombianas no toca fondo.
Estamos hablando de que oficiales de alto rango hablan con un medio internacional sobre una situación que los preocupa, una orden del gobierno que les dice que no exijan perfección, el pasaporte a los falsos positivos. El asunto es que los tribunales están llenos de militares investigados, procesados, juzgados y vilipendiados por la opinión pública. Militares cuyos rostros aparecen en portadas de medios señalados como los responsables de crímenes extrajudiciales. Militares que luego parecen una vergüenza para el país, después de tanto orgullo por medallas y reconocimientos, que son tratados como carniceros que ordenaron asesinatos de inocentes. Esos militares, sin pretender restarle cargas a sus culpas, recibieron órdenes de civiles. Obedecieron con lealtal a quienes ocuparon los altos cargos públicos y tomaron las decisiones de la seguridad nacional, a quienes los presionaron para dar cuenta de un mayor número de bajas. Esos, sin embargo, permanecen intocables mientras continuan cuidando los intereses de las élites que los respaldan.
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