La velocidad en el fútbol es necesaria, pero no suficiente. Es una cualidad física que por sí sola no es tan útil. En cambio, si está como complemento de sincronizados movimientos dirigidos desde la inteligencia de juego, para descubrir cuándo, dónde y por qué se debe ser más veloz, adquiere un mayor valor y se transforma en una herramienta peligrosa y desequilibrante.

En la final, ante el América, Junior aumentó la marcha y quedó, más de lo conveniente, en manos -en pies- de sus velocistas( Cetré, Moreno). Como se acercó más a ellos y se alejó de Teofilo, fueron muchas las imprecisiones, el atropello y las malas decisiones. Fue más un equipo ‘chocón’ que ‘jugón’.

Ganó legítimamente el título América, con un buen trabajo de bloque ( en Barranquilla con más orientación defensiva), organizado por Carrascal, con gran espíritu de lucha de todos (especialmente sus defensores que casi siempre salieron airosos en los balones divididos), con la habilidad y desborde de Vergara, una salvadora intervención en Cali de Volpi, su arquero, y la eficacia de sus atacantes.

Junior no sólo perdió la final, en Cali perdió los estribos. La madurez en estas instancias, que creíamos era atributo del Junior por sus experiencias exitosas en el último año, la tuvo el América.

Más allá de la frustración que significa no lograr el título, Junior ha tenido un muy buen transitar en el 2018 y el 2019. Razones: La continuidad de Comesaña (interrumpida por el breve y fallido paso de Suárez), de la base de jugadores y de una idea de juego nutrida de la cálida técnica y del espíritu afiliativo (con el paso de los meses debilitada por irregular y a veces sin dinámica, pero le alcanzó en un torneo como la Liga colombiana).

¿Qué sigue ahora para el equipo rojiblanco? ¿La Copa Libertadores como gran objetivo? Esto último parece utópico si nos atenemos a la poca mentalidad institucional y al tiempo perdido que es síntoma de que aún no está el compromiso asumido.

Hasta hoy, dos nombres para sostener su protagonismo en la Liga. Carmelo Valencia, un sorprendente veterano que tras sus últimos traspiés, llenos de descordinados gestos y modestos guarismos, ha cumplido una formidable temporada en el Cúcuta: goles, velocidad, desequilibrio, participación correcta en el juego colectivo, energía física, determinación. ¿Le quedó alguna reserva para el Junior? Ya lo sabremos con el tiempo.

Y Larry Vásquez, un volante mixto de buena técnica y despliegue solidario. Uno que entiende el juego en las dos fases y se compromete en ambas. De apariencia lento, pero con potencia y manejo que llena el centro del campo. El Junior sigue. Estos, sus primeros pasos con miras al 2020.