La Bundesliga y el Bayern empezaron a jugar antes que el resto, y completaron su temporada. La Liga de Francia suspendió el torneo y el PSG jugó apenas dos partidos oficiales (Final de la Copa de Francia). A pesar de realidades tan diferentes, hoy son los dos finalistas de la Champions.
De un lado el que jugó mucho y adquirió ritmo de competencia suponiendo una ventaja según la teoría de la continuidad. Y, en el otro, el que casi no jugó, pero con la antípoda de la teoría anterior que da valor al poco desgaste y la frescura necesaria para competir.
Tozudo fútbol que no se deja imponer verdades irrefutables. El Bayern, prepotente, avasallante, con demostraciones intimidantes de físico y goles. Atropelló la destartalada estructura defensiva del Barcelona y liquidó con eficiencia y administrando el ritmo al Olimpique de Lyons.
El PSG, más dependiente de la inspiración de Neymar en la victoria ante el Atalanta, y con un juego más coral, equilibrado y dominador frente al Liepzig. Ahí no necesitó de los goles de Neymar y Mbappe, pero siempre dependerá de sus talentos, magia, velocidad y categoría superior.
Dos equipos de altísimo vuelo técnico-táctico. Los hinchas del fútbol están —estamos— muy ilusionados de ver un gran partido.