Llegar a 150 años parece fácil, pero en una ciudad como la Arenosa, que una danza popular haya sobrevivido siglo y medio es una verdadera hazaña cultural que merece respeto y orgullo. El Congo Grande de Barranquilla ha pasado por guerras, crisis económicas, cambios urbanos, transformaciones del carnaval, modas que van y vienen. Y aun así, siguió caminando. Eso, por sí solo, ya dice mucho de quiénes somos.

La importancia de este aniversario está en la continuidad. Pocas manifestaciones culturales en Colombia y el Caribe pueden decir que han permanecido de manera ininterrumpida desde el siglo XIX hasta hoy. El Congo Grande nació cuando Barranquilla aún era puerto, cuando el carnaval se vivía en la calle, a pie y mirándose a los ojos unos con otros.

En una esquina del centro, en 1875, un grupo de trabajadores, entre artesanos y vendedores, decidió organizarse para bailar en carnaval. Sin tarimas ni parafernalias, y tan solo las ganas de existir fueron suficientes para que hoy estemos hablando de la danza más antigua de nuestra fiesta patrimonial.

El Congo Grande es herencia africana, sí, pero también es Caribe puro. Es mezcla, como esta ciudad. Fue pensada por un extranjero que supo mirar y entender lo que otros pasaban por alto. Joaquín Brachi, un negociante de artesanías de origen italiano, que vio en los cabildos de Cartagena una magia cultural que merecía quedarse viva, y Barranquilla la hizo suya.

En el antiguo Callejón de Providencia, lo que hoy conocemos como la carrera 25, con calle España (la actual calle 34), se realizó la primera reunión de una manifestación que convertiría una esquina cualquiera del centro en el punto de partida de más de un siglo de historia.

Brachi vio en el río grande de la Magdalena el complemento de un congo que aún no dimensionaba su esplendor. Esta arteria fluvial le dio el apellido que años después iba a tener sentido. Desde sus orígenes evocó a los guerreros africanos, a la dignidad que no pudieron arrebatar ni la esclavitud ni el olvido. Su vestuario, exagerado a propósito, fue burla al poder colonial.

Pero quizá uno de sus mayores legados ha sido la libertad. Mucho antes de que se hablara de inclusión, el Congo Grande abrió espacio para todos. Aceptó la diversidad cuando no era fácil hacerlo, permitió que cuerpos, voces y maneras distintas de ser también encontraran lugar en el Carnaval, tanto así que fueron pioneros en la inclusión de la comunidad LGTB dentro de la fiesta.

Son cuatro las generaciones que no han dejado caer el estandarte, que transmitieron el amor por la danza sin esperar reconocimiento inmediato. Que hoy Adolfo Maury, con 20 años al frente y la responsabilidad de ser rey Momo 2026, mire atrás con gratitud es reflejo de un amor heredado y una tradición que no se rompe porque siempre hay alguien dispuesto a cargarla.

Este año no podía pasar por debajo de la mesa. El Congo Grande de Barranquilla se merecía una celebración a la altura de su historia. Por eso, el pasado sábado 20 de diciembre, la danza salió a encontrarse con la gente, a prender la fiesta como solo ellos lo saben hacer. En el barrio Los Andes izaron oficialmente su bandera y se reunieron danzantes, gestores culturales, reinas, reyes y vecinos para rendir homenaje y agradecerle a una tradición que ha caminado la ciudad por siglo y medio con una pasión de admirar.

La entrega del decreto que oficializa a Adolfo Maury como rey Momo del Carnaval de Barranquilla 2026, realizada por el secretario de Cultura, Juan Carlos Ospino, y el director de Carnaval de Barranquilla S.A.S., Juan José Jaramillo, en representación del alcalde, Alejandro Char y la primera dama, Katia Nule, fue un reconocimiento merecido a una danza que ha sabido sostenerse en el tiempo, adaptarse a los cambios y mantenerse firme como uno de los pilares más antiguos y respetados de la fiesta.

También es meritorio que el Senado de la República le haya otorgado recientemente la Orden del Congreso en grado Comendador, un reconocimiento nacional a su labor de preservación y promoción de este tesoro patrimonial.

Barranquilla tiene en el Congo Grande una raíz viva. Ignorarla sería como negar el río que nos nombra. Acompañarlo, protegerlo y reconocerlo es honrar la historia que nos ha dado forma como ciudad.

Mientras haya manos que acomoden la capa, cabezas que se anuden el turbante y oídos atentos al tambor, esta urbe seguirá teniendo bases sólidas sobre las que se levanta su fiesta. Felices 150 años, que su andar siga marcando el paso de la tradición que nos llena de orgullo ante el mundo. ¡Qué viva el Congo Grande de Barranquilla!