Existen desde que el fútbol es fútbol. Los punteros, los que hacen de la raya su hermana siamesa. Desde Garrincha, pasando por ‘el loco’ Corbata, hasta Houseman y Willington Ortiz. La necesidad de utilizar la amplitud del campo para abrir las defensas los hizo imprescindibles.

Extremos, le dicen algunos hoy, y tal vez por sus extremas aventuras por el costado acompañadas del riesgo que supone la gambeta y la máxima velocidad con que se desplazan. Hubo un periodo en donde los escondieron debajo del modelo táctico de los dos delanteros por el centro. Los costados, entonces, empezaron a ser el hábitat de los carrileros o de los defensas laterales.

Pero afortunadamente hace ya varios años retomaron su protagonismo en el fútbol mundial. Y, en este Junior, sí que lo tienen. José Enamorado y Déiber Caicedo en poco tiempo se han convertido en la mayor posibilidad de desequilibrio en el ataque rojiblanco. Son sus armas más amenazantes, por sus habilidades, pero también porque sus intervenciones son permanentes, continúas. El físico menudo de ambos, de aparente fragilidad, sin alardear de una gran musculatura, puede hacer creer que pueden ser superados por la mayor fuerza de los defensas.

¡Error! Sus zigzagueos evitan la fricción con el rival, su audacia para tener variantes escapistas los aleja del choque. Amague, freno, engaño, improvisación, salida a toda velocidad conduciendo el balón desde el inicio de la jugada o atacando el espacio, y centros bien orientados son, entre otras, algunas de sus virtudes.

De no mediar alguna lesión de consideración, o que permitan que su individualismo se degrade a exhibicionismo, Junior tiene en ellos un par de seguros de imprevisibilidad, de aumento del riesgo en el área contraria y motivo de preocupación para los equipos rivales.