En el mundial de 1974, en Alemania, irrumpió el vertiginoso, presionante y envolvente juego de Países Bajos, asombrando al mundo del fútbol por su dinámica, la rotación permanente de sus jugadores por todo el campo y su técnica en velocidad. Fútbol total se le llamó.

El Milan de Arrigo Sacchi de finales de los 80, a nivel de clubes, fue otro modelo de fútbol muy agresivo sin el balón. Ejercía una constante presión adelantada, imponía un alto ritmo y atacaba con mucha velocidad. El Barcelona de Guardiola, el mismo que deleitó al planeta fútbol con su toqueteo interminable y su encantadora técnica, utilizaba como requisito imprescindible para poder ejercer ese desmesurado dominio la presión inmediata una vez perdía el balón.

En Colombia, en el inicio de la década de los 80, el Deportes Tolima, dirigido por el técnico uruguayo Ricardo de León, sorprendió al país futbolero con el fútbol presing, inédito en el torneo colombiano. Era muy fatigante para los rivales (y hasta para los que veíamos el partido) el ritmo y la presión que ese Tolima desarrollaba y que lo llevó a conquistar dos subtítulos y participar en copas internacionales, cambiando su historia perdedora.

El River Plate de los últimos años, orientado por Marcelo Gallardo, impuso una gran supremacía en Sudamérica apoyado en la presión innegociable y la dinámica ofensiva. Algunos ejemplos mundiales y locales para dejar claro que la presión como medio para imponer el ritmo y el dominio del trámite no es nuevo. Pero sí que, en el futbol de hoy, ya es casi una obligación táctica para casi todos ponerla en práctica para competir a un nivel superior. Pero, sin olvidar, que esta es un medio y no el fin. No es el objetivo mayor del fútbol. Esta práctica, claramente, ha obligado a la búsqueda de la excelencia técnica: hoy hay que ejecutar más rápido y con precisión frente a más obstáculos, menos tiempo y menos espacio.

Hago este breve repaso para aterrizar en la propuesta que está intentando empoderar el Junior. Por ahora, a mi juicio, la coordinación, la agresividad, el compromiso de todos y la continuidad en fase de recuperación es la mejor parte del plan. En la fase ofensiva se le ve apresurado, queriendo siempre jugar a la máxima velocidad con la que ha recuperado la pelota. En algunos casos se olvida de la necesaria pausa, individual y colectiva. La pausa no significa quedarse quieto o que el balón no se toque con agilidad. La pausa es el comienzo de un cambio de ritmo que engaña. La pausa es no ir hacia adelante a toda costa, aunque el rival (Caldas, por ejemplo) esté organizado con sus 11 futbolistas en los últimos 30 metros.

El reto que se le plantea al Junior para adelantarse en la tabla de posiciones y adentrarse en el gusto de muchos de sus hinchas que aún no lo aceptan, será armonizar la presión para quitar con la precisión para atacar. Y que sea capaz de tener la misma actitud agresiva y envalentonada que despliega en barranquilla, en condición de visitante.