En el renacimiento, a las tiendas y los almacenes donde se “encontraba de todo”, incluidos algunos mejunjes y preparados formulados con fines terapéuticos, se les llamaban “boticas”. Fue durante este período de la historia cuando por primera vez se difundieron en Europa unas plantas secas, traídas por los comerciantes holandeses de Asia, que al consumirlas producían en las personas efectos sorprendentes, por lo que de manera general a estas sustancias se les llamaron “drogas” y a los lugares donde ellas se vendían se les empezó a conocer como droguerías. Con el paso de los años, estos negocios fueron desplazando a las boticas en la comercialización y dispensación de medicinas por encargo.

Durante el siglo pasado, la mejoría universal en la cobertura de servicios de salud y la evolución del marketing de la industria farmacéutica generaron en casi en todos los países una gran transformación en el formato de funcionamiento de las droguerías. Al exclusivo papel, desempañado durante muchos años de venta de productos con fines farmacéuticos, la modernidad le agregó funciones de “boticas modernas”, convirtiéndolos paulatinamente en negocios muy lucrativos, pero distrayéndolos perversamente de su misión dentro de los sistemas de salud. La dispensación y entrega de medicamentos se convirtió en un servicio para atraer clientes y la indispensable función que realizaban los profesionales en farmacia de explicar al paciente los efectos terapéuticos de los medicamentos, sus interacciones y efectos secundarios dejo de ser realizada.

En nuestro país, análisis de mercado recientes mostraron que, como grupo, estos establecimientos comerciales mueven ingresos superiores a los 6 billones de pesos al año, que es aproximadamente la quinta parte de lo que vende todo el sector turístico en el mismo período de tiempo, con un crecimiento sostenido anual promedio de alrededor del 5% en la última década. Las anteriores cifras han atraído al negocio de las droguerías un gran número de inversionistas nacionales e internacionales. Cifras de 2017 mostraron que en el país estaban registradas cerca de 20.000 droguerías (4 por cada 10.000 habitantes, cifra que dobla la reportada para países europeos) y que desde el 2010 el universo de estos establecimientos había crecido un 31%.

Las ventajas de una mayor oferta de droguerías en el país desaparecen cuando se conoce la laxitud con que se permite al personal no profesional manipular los medicamentos que se venden en ellas. La tragedia de los niños fallecidos en Bogotá, por un grave error en la dispensación de unos medicamentos, debe encender las alarmas ante la proliferación de farmacias y droguerías en el país. Si bien en Colombia existe una normativa muy completa que regula la operación y funcionamiento de estos negocios, mucho de los detalles contemplados en ella se incumplen de manera impune. Artículos como la distancia geográfica entra una y otra droguería, o la muy sensible obligatoriedad de permanencia de un profesional o técnico en el área de farmacia, se acatan, pero muchas veces no se cumplen ante la mirada indiferente de las autoridades del sector y el silencio cómplice de la comunidad.

Invito a los lectores, a realizar un rápido inventario de las droguerías en sus barrios y de manera dirigida, cuando utilicen los servicios de algunas de ellas, pregunten al usualmente amable personal que las atiende, su nivel de formación académica.

PD: Según la legislación colombiana son las farmacias-droguerías las únicas que pueden preparar fórmulas magistrales.

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