He repasado desde el juramento hipocrático inicial escrito en la Isla de Cos por Hipócrates, pasando por la actualización en la Declaración de Ginebra en 1948, la redactada en 1964 por el doctor Louis Lasagna que se utiliza en las escuelas de medicina de países anglosajones, las revisiones de 1968, 1983, 1994, 2005, 2006, hasta la última de octubre de 2017 en Chicago, con el fin de encontrar una explicación a lo que le pasó a la medicina en Colombia y entender esta pauperización a todos los niveles, excepto la calidad del médico colombiano, que es excelente.

Siempre he tenido claro que el médico griego no incluyó de forma explícita lo que representa en términos monetarios el arte de curar porque eso, en realidad, no tiene un precio, salvar la vida de una persona es algo impagable desde el punto de vista del valor que se le pueda poner a la salud de un ser humano. Y eso ha sido, digo yo, la gran debilidad de ese juramento porque ha servido para que unos sujetos ajenos a la medicina hayan distorsionado sus conceptos fundamentales para transformarla en un negocio.

Ha sido un espectáculo doloroso para nosotros los médicos ver la forma gradual en que han ido acabándose los hospitales, uno tras otro, irrecuperables, desde muchísimo antes de la pandemia, con lo cual se ha afectado, indudablemente, la capacidad de atención a las personas. Proceso destructivo que se aceleró en los últimos años con motivo del inconcebible cambio que se dio al convertir un derecho natural como es la salud, en un asunto monetario en el que se benefician unos pocos en detrimento de la salud del paciente y de la economía del médico.

El Instituto Colombiano del Seguro Social funcionó hasta cuando se lo robaron y, aún en pleno latrocinio, los médicos hacíamos maravillas para atender a las personas. Pero la corrupción demostró ser más poderosa que nosotros, pues, el seguro social terminó desapareciendo y, en su lugar, crearon un engendro llamado Ley 100 que terminó de sepultar el arte de curar y en su lugar se estableció una forma de hacer dinero a costa de la enfermedad de los pacientes y el salario de los médicos, para favorecer a personas que no tuvieron nada que ver con nuestra formación y hoy somos sus empleados sin ninguna protección laboral y una forma de contrato denigrante.

La serpiente del báculo de Asclepio se retuerce de indignación en la vara, Hipócrates se conmueve al ver cómo se va degradando el acto médico hasta convertirlo en lo más vulgar que pueda haber en este planeta, un asunto monetario que ahoga a la medicina al quitarle los recursos con que debe funcionar para atender de manera ética a los pacientes que pagan por adelantado su salud.

Por primera vez pesimista para decir que las cosas pueden empeorar por las muestras que se han dado con una reforma a la salud que no está finiquitada sino agazapada, sigue siendo un buen negocio la salud.

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