Ustedes pensarán que se la tengo montada a la ONU con esto de las conmemoraciones que se inventan para cada día del año, pero no hay tal; por el contrario, se les abona la buena intención aunque sólo se queden en ese deseo, pues, lo que demuestra la historia es que el grueso de la población mundial ni por enterada se da.

Hoy 19 de agosto se conmemora el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria decretado en 2008 por dicho organismo para recordar el atentado terrorista ocurrido en Bagdad en 2003, precisamente contra la ONU, en el que murieron 22 personas, incluyendo a uno de sus miembros, un gran activista por la paz. Lo que se exalta realmente es el homenaje a los profesionales de la salud –médicos, enfermeros, paramédicos- y a los trabajadores humanitarios, a los que han perdido la batalla cumpliendo sus funciones y a los que continúan en la primera línea asistiendo a los desvalidos de cualquier índole y a pesar de todas las condiciones difíciles en que realizan su función.

No creo que haya la más mínima conciencia de esta fecha en todo nuestro territorio nacional, entre otras cosas, porque aquí estamos muy ocupados todos los días ayudándonos humanitariamente entre todos para mantenernos a flote en medio de tanto caos y desigualdad.

Ya se acabaron los elogios para el personal de la salud y trabajadores humanitarios. ¿Qué atención merecen los camilleros que se inventan ropa de bioseguridad con bolsas plásticas de basura a manera de medida de protección para ir a recoger un cadáver en descomposición? ¿Por qué en lugar de darle las gracias al médico que le salvó la vida a su familiar, prefieren agradecer a su dios y olvidar el sacrificio del galeno que le prestó tal ayuda humanitaria con alto nivel de riesgo? ¿Quién era en vida el infortunado que fue a prestar ayuda a un herido y resultó muerto en un tiroteo en el que no tenía nada que ver? ¿Alguien recuerda el nombre de algún enfermero o enfermera que haya fallecido por covid-19 en el hospital donde antes los atendía a ustedes?

Eso es lo que me mueve el piso de estas conmemoraciones, porque están del lado del dolor de quienes han pasado por la experiencia de solicitar ayuda humanitaria para resolver sus entuertos. Es tanto el sufrimiento en el aquí y en el ahora que no hay ni el tiempo ni el ánimo para conmemorar sino para seguir sintiendo.

Siempre he sostenido que Colombia es un perfecto laboratorio de estrés traumático y postraumático, no hemos salido de un dolor cuando se nos viene otro igual o peor. Eso es lo que explica la aparente indiferencia de muchos colombianos frente al dolor de mucha gente en busca de ayuda humanitaria. Eso que nos señalan desde el exterior como personas incapaces de reaccionar frente a lo que nos pasa a diario en el país con tanta noticia infortunada. No es indiferencia, es aplanamiento emocional por el trauma psíquico que parece no tener fin.

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