
55 años después
Medio siglo después es muy gratificante confirmar que la amistad, el respeto, el cariño entre todos se mantienen incólumes y somos capaces de decirnos que nos queremos con la misma certeza de la adolescencia y la sabiduría de la adultez. Fuimos capaces de crear un limbo en el tiempo para unir 55 años en una demostración de afectos que sólo se dan en la amistad verdadera.
La emoción empezó cuando me planté frente a esa enorme construcción de estilo republicano en la que disfruté los años de mi adolescencia previos al inicio de la universidad, y sentí cuando se rebobinó en el hipocampo la cinta de las memorias. Sensación que fue aumentando de intensidad al ver a un primer grupo al inicio de la escalera en medio de abrazos, risas, expresiones de sorpresa al reconocerse después de tantos años. La escena era la misma después de medio siglo, ahí nos reuníamos antes de subir los escalones que llevaban a la entrada principal del Liceo Celedón.
A muchos no los reconocí de inmediato, Cronos es implacable, nos cambia de tal manera que nos cuesta trabajo reconocernos a nosotros mismos frente al espejo. Bastó una sonrisa, un gesto, un ademán de la adolescencia que el tiempo no puede eliminar, para empezar a recordar aquel amigo con el que me formé como estudiante de nuestro venerado colegio, motivo por el cual estábamos citados para celebrar el reencuentro de nuestra generación de 1967.
La emoción llegó a un punto altísimo cuando sonó el himno del Liceo escrito por mi padre, al punto de tener que controlar los conductos lagrimales para que no se escaparan unas lágrimas mientras lo buscaba por los pasillos que lo vieron transitar entre salones como profesor de español y literatura. Y, al siguiente instante, se desplegó la bandera del colegio que me hizo sacar pecho al recordar lo que significaba ser liceísta: estar estudiando en uno de los mejores colegios del país y educados por los más encumbrados profesores del planeta, unos seres humanos que hicieron de nosotros lo que somos hoy. No existía el término medio en calificaciones, era cinco o era cero; el que sacaba tres sabía que equivalía a cero, eso lo estimulaba a esforzarse para la próxima; se trataba de una disciplina pretoriana para hacer que maestros y condiscípulos se sintieran orgullosos de cada alumno. Esa era nuestra mística.
Estudiábamos en grupos en diversos sitios de la ciudad, aquello era una demostración de hermandad en la que cada uno se sentía responsable de la formación del otro. A mí me hicieron el milagro un par de genios que resolvieron todos los problemas con que el cubano Baldor nos complicó la vida, algo inconcebible para un cerebro como el mío negado para las matemáticas.
Medio siglo después es muy gratificante confirmar que la amistad, el respeto, el cariño entre todos se mantienen incólumes y somos capaces de decirnos que nos queremos con la misma certeza de la adolescencia y la sabiduría de la adultez. Fuimos capaces de crear un limbo en el tiempo para unir 55 años en una demostración de afectos que sólo se dan en la amistad verdadera.
En señal de agradecimiento, nos comprometimos a hacer un diagnóstico de la situación actual del Liceo Celedón para conocer si está en los niveles académicos y afectivos que nosotros dejamos porque, de no ser así, retomaremos la bandera con la administración actual para llevarlo hasta la altura que le corresponde. Nuestra autoestima de liceístas no permite la mediocridad.
haroldomartinez@hotmail.com
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