Hugo González (q.e.p.d.) me prestó este libro de Giovanni Sartori en una de esas conversadas maratónicas a altas horas de la noche en un toma y daca literario en el que yo aportaba lo biológico y él lo humanístico, para ir elaborando un concepto serio sobre el fenómeno sociológico y cultural de la bacanería que fuera más allá de la definición esquinera, a la que le falta mucho, como constatamos.

Es un texto que se refiere a aquello en que nos vamos a convertir al pasar de homo sapiens (hombre que sabe) a homo videns (hombre que ve). Recuerdo haberme impactado cuando leí el capítulo “El video-niño”, por una advertencia sobre la televisión, a la cual responsabiliza de haber modificado la naturaleza misma de la comunicación al trasladarla del contexto de la palabra al contexto de la imagen: “La televisión no es sólo instrumento de comunicación, es también paideía, un instrumento antropogenético, un medio que genera un ánthropos, un nuevo tipo de ser humano”.

Tener una concepción evolucionista me sirvió para asimilar, procesar y utilizar esa hipótesis mediante una observación en mi consulta como paidopsiquiatra y comprobar cuánta razón tenía el sociólogo. Los niños desde bebés están frente al televisor muchas horas antes de aprender a leer y escribir. Es su primera escuela de la que saldrán graduados en adultos desacostumbrados a la lectura y con posgrado en incapacidad relativa para desarrollar procesos como la abstracción y con atrofia de la capacidad de entender.

Basta con mirar nuestros hogares para reconocer que el hijo, el nieto, el sobrino, están inmersos en esa especie de autismo cibernético en el que prevalecen la imagen y el sonido sobre la palabra. Son los homo videns que conviven con nosotros como productos de una evolución que va del gen de la lectura al meme de la imagen, las unidades mínimas de transmisión de la información. La evolución ya no es solamente biológica, es biocultural.

Aclaro que no son cerebros enfermos, en la mayoría de casos, sino distintos, por lo que debemos reacomodar los nuestros para entender a estos niños con un desarrollo típico, pero con una forma diferente de procesar la información que puede resultar difícil de manejar en el encuentro entre esas dos culturas, y terminar el menor con un diagnóstico injusto de oposicionista desafiante.

El desarrollo tecnológico después de la televisión, ha hecho mayor la brecha entre nuestro cerebro y el de ellos.

¿Qué podemos hacer ante este fenómeno biocultural que no podemos negar y que va a prevalecer en las siguientes generaciones? Tal vez la respuesta esté en el Homo Ludens, el hombre que juega.

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