El pensamiento es una vaina jodida y solo tiene dos alternativas: o está a tu favor o en tu contra. Dependiendo de cómo lo resuelvas se consigue la salud o la enfermedad mental. En un momento de la vida las circunstancias te ponen en conteo de tres bolas y dos strikes y tienes que fijarte bien en el próximo lanzamiento, porque te ponchas o conectas de hit, vale decir, te enfermas o te sanas.
Menos mal que, desde hace un buen rato, apenas despierto rezo la oración GDBD, de Rubén Blades: “Despiertas, no has podido dormir muy bien, te levantas, caminas y pisas uno de los charcos de orines que el nuevo perro ha dejado por toda la casa”. Los motivos de ese personaje son distintos a los míos, por supuesto, pero son mi puesta en escena de todas las mañanas en la realidad de un país que tiene una crisis tremenda en la salud y que nos afecta directamente a pacientes y médicos. A unos niveles que preocupan porque parece asunto imposible de resolver.
“Miras el reloj, hueles el café, te vistes, no encuentras la correa”, y me digo a mí mismo: sereno, moreno, en el sistema de salud actual, cualquier cosa puede pasar, de pronto no hay esto, o se dañó aquello, no botes el chupo, ‘teiquirisi’. Pero, la vida te da sorpresas, más allá de las canciones del panameño, porque te pone en el momento exacto de tres y dos. El lanzamiento que viene, uno lo intuye, es un wild pitch, y tengo que saber si le hago swing o no. Ayer, me tiraron uno bien bravo en mi sitio de trabajo. Cuando llegué, no pude realizar mi labor como médico por una serie de circunstancias que lo imposibilitaban.
Generó unas sensaciones muy complejas, sobre todo a nivel del pensamiento, donde debía tomar la decisión de hacerme daño repitiéndome el discurso interminable del análisis de cómo está la salud en Colombia y tal y tal y tal, hasta enfermarme en ese ciclo vicioso e irresoluble; o aportarle a las neuronas un cuento más sublime para manejar el impacto del wild pitch. Salí caminando hacia la primera base porque no hice swing, esperando que el coach de esa esquina me tenga un café bacano para tirarle cacumen a la situación.
Gracias a la sincronía –coincidencia en el tiempo de dos o más circunstancias, especialmente cuando el ritmo de uno es adecuado al de otro–, pude llegar tranquilo al dog out para manejar una situación tan delicada. Ocurrió en el celular. Era Adolf Rahmer, quien tiraba una vitamina a esas horas de la mañana, pocos minutos después del tres y dos. Denomínase vitamina a un éxito musical de especial significado, sobre todo si es un incunable. Se trataba de un tema de Willie Rodríguez, Descarga 71, para recordar el año de su impresión, que escuchábamos y bailábamos antaño y no lo recordábamos desde entonces.
Nada me habría resultado más terapéutico que esa canción a esa hora para sublimar un momento en que la realidad me estalló en la cara y me gritó: sí puede suceder, todo se puede acabar.
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