A fines de enero de este año, un periódico bogotano sorprendió al país con una fotografía a colores que mostraba lo que parecía ser una bahía mediterránea con aguas azules y reflejos tornasoles que también podían hacer creer que eran efectos del photoshop, que está de moda hoy entre famosos que quieren continuar viéndose hermosos. Los que miramos el pie de foto observamos varias veces la fotografía, renuentes a aceptar que la protagonista fuese la bahía de Cartagena de Indias, limpia y transparente temporalmente, gracias al fenómeno de El Niño.

Los colombianos, al igual que los turistas extranjeros, nos acostumbramos a las aguas fangosas, sedimentadas y oscuras de la bahía, que por la influencia del Canal del Dique habían perdido su esplendor desde que se rectificó su cauce y se aumentó su caudal, sección y profundidad buscando la mejora de la navegabilidad. Aunque no tengo claro cuál es el afán de hacer que ese brazo del río haya llegado a ser lo contrario de lo que era en el siglo pasado, entiendo menos aún por qué la mayoría de los cartageneros acepta esa situación que en nada beneficia a la ciudad y solo observan con resignación cómo se va acabando la otrora bella bahía que se disputaron españoles y piratas por su belleza y abrigo.

El principal y quizá único objetivo de tener el Canal del Dique supernavegable es que se transporten contenedores, carga seca y a granel hasta los puertos del río Magdalena. El puerto de Cartagena, más exactamente la SPRC, se ha ganado en 7 u 8 ocasiones el premio del mejor puerto del Caribe, donde compite con terminales de Panamá, Dominicana, Jamaica y otros más, con un énfasis indudable en el movimiento de carga de transbordo internacional; carga que, haciendo tránsito en Cartagena, entra y sale desde y hacia el exterior sin ninguna necesidad de mirar hacia el interior del país y mucho menos de usar el Canal del Dique ni el río Magdalena.


Están programados estudios y presupuestados cientos de miles de millones de pesos para seguir mejorando la navegabilidad del Canal del Dique, cuando estos recursos deberían emplearse prioritariamente en reforzar sus orillas, proteger las poblaciones ribereñas, construir sistemas de riego y de almacenamiento para explotaciones piscícolas y, sobre todo, para disminuir el caudal y el arrastre de sedimentos de un cuerpo de agua que solo debería ser de nuevo un natural curso que sirva de desahogo al Río y no un canal artificial que siga dañando la bahía de Cartagena, Barbacoas y los corales de Islas del Rosario.

Es de esperarse que los poderosos intereses particulares que hoy mueven a políticos y a funcionarios del Gobierno, que hasta ahora se han empeñado en tirarse a la bahía, se den cuenta todavía a tiempo de que todos los que dependen de ella –sectores turístico, industrial y portuario– se verán perjudicados por la sedimentación que causará bajos calados y turbias aguas y que al final será un contrasentido para actividades que podrían ir progresando de la mano, pero que les tocará soltárselas para evitar que el barro se los trague a todos juntos.

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