Un gran amigo, intelectual y académico, Fernando Jordan, me decía hace varios años que un cierto grado de desigualdad económica es fundamental para estimular el progreso y el crecimiento, y así recompensar a las personas con talento. Sin embargo, la extrema concentración de riqueza que vivimos en la actualidad amenaza con impedir que millones de personas puedan materializar los frutos de su talento y esfuerzo.

Lo anterior es cabalmente válido para Colombia, aquejada particularmente por dos problemas: las profundas desigualdades sociales y la inestabilidad del gobierno. Sobre el primero, es importante señalar que la desigualdad económica extrema es perjudicial y preocupante por varias razones: moralmente cuestionable, repercute negativamente en el crecimiento económico y la reducción de la pobreza (en los dos últimos años ha retornado el incremento de la pobreza y se ha reducido o golpeado la clase media) y multiplica los problemas sociales; y agrava todo tipo de desigualdades, entre otras, las que existen entre hombres y mujeres.

La desigualdad económica extrema es perniciosa, pues la concentración de la riqueza puede acarrear desequilibrios e inequidades en la representación política. Y conduce la riqueza a apropiarse de la elaboración de las políticas públicas gubernamentales secuestrándolas; y esto se expresa cuando las leyes tienden a favorecer a los más privilegiados, incluso a costa de los demás. Ello explica por qué el sistema financiero acumula utilidades anuales por decenas de billones de pesos, al igual que los grupos económicos que a través del sistema pensional privado se aseguran ganancias descomunales, saqueando impunemente los ahorros de los colombianos, a costa de un mayor deterioro del nivel de vida de los estratos medios y de un futuro de miseria y cero posibilidades para los demás sectores, que no ven alguna alternativa de pensión razonablemente digna.

Y mientras tanto, los grandes empresarios hacen todo lo posible para no pagar impuestos, pero tampoco se comprometen a producir empleo real; y cuando pagan impuestos se las ingenian para que el gobierno se los retorne a través de subsidios; y cuando se les pide que compartan algo de sus ganancias, que se originan en la concentración de la riqueza y los ingresos nacionales en pocas manos, con el resto de los colombianos se extrañan y abren los ojos como si esa fuese una pretensión antinatural o escandalosa. El resultado de la anterior situación es la erosión de la gobernabilidad. Esta cada vez es menos democrática y destruye la cohesión social y desaparece o reduce la igualdad de oportunidades.

Y el segundo problema se manifiesta, por ejemplo, cuando un gobierno, como el colombiano, no puede nombrar y controlar sus ministros, sus embajadores y sus funcionarios; cuando no entiende qué está pasando en el país (¿De qué me hablas viejo?) y cree que el actual malestar de la población es pasajero; o, cuando es presionado por su propio partido que lo arrincona, que lo lleva a una sin salida, a una encrucijada. Entonces hacia adelante solo tendremos mucha inestabilidad. La estabilidad puede que no produzca un buen gobierno, pero la inestabilidad del todo nunca lo origina.

Nota final: Decía Luis Branleis “podemos tener democracia, o podemos tener riqueza concentrada en pocas manos, pero no podemos tener ambas.”

Fernando_giraldo_garcia@yahoo.com