A 15 meses de la elección presidencial ya tenemos 27 candidatos. De estos, 10 se reunieron en Barranquilla para firmar el “Consenso del cubo de cristal”, de honestidad y respeto. Si tuviesen algo de pudor no necesitarían firmar nada, simplemente actuarían de esa manera, con transparencia y respeto por los demás. Todos los candidatos que estuvieron presentes dejaron entrever que se consideran los mejores, colocándose en una posición de no responsabilidad de los problemas nacionales. En realidad, eso lo decidirán los ciudadanos en las urnas. Por el momento, nos acercamos a las mismas circunstancias de 2010 y 2018, que al parecer la mayoría de colombianos queremos superar.

La prueba es que, en Barranquilla, esos candidatos, mientras hablan de unidad y de superar la polarización, excluyen a otros y se dedican a hablar de redes sociales. ¡Qué ingenuos si creen que el problema de los colombianos son las mentiras o las verdades difundidas por dichas redes! Ese, siendo un problema de sectores medios, a años luz no es el primero del resto de colombianos. Los únicos que usufructúan las redes sociales son los tramposos, delincuentes, corruptos y, de paso, políticos que engañan incautos, en nombre de la pulcritud, la moral y la verdad, acusando a los demás por sus intencionalidades, como si ellos no las tuviesen. Por ningún lado aparecen los problemas que agobian y sojuzgan a los ciudadanos: sobre salud, educación, desempleo, desigualdad social, falta de un gobierno para todos y la creciente discriminación contra mujeres, indígenas y afrodescendientes.

Por el evento de Barranquilla podemos intuir que nos van a llevar a una segunda versión de 2018, con campañas polarizadas, llenas de mentiras, trampas, violencia y vacíos programáticos. Desde ya se está utilizando el Estado y sus recursos para perseguir o arrinconar a candidatos o para dispensar a otros. Mientras tanto, para los políticos, los ciudadanos no existen, y sus problemas menos. Desde ya podríamos advertir una constante en la historia colombiana con unas elecciones inequitativas y desequilibradas, que acentúan la desfiguración de una democracia frágil y sesgada, que hoy, sin reato alguno favorece a minorías. Ni siquiera se protege la vida de los colombianos; y la justicia no logra fallar contra delincuentes de todos los pelajes. Qué pena, pero los delitos cometidos por guerrilleros, paramilitares o narcotraficantes no son más graves que aquellos cometidos por quienes hacen daño a la moral política y a la ética en la sociedad, desde sus encobradas posiciones y favorecidos por sus abultadas fortunas que se acrecientan con el ejercicio del poder.

Las próximas elecciones se auguran por milésima vez tan inequitativas como legales; y para que todo siga igual. No se moverá una sola hoja en el universo que nos impida avanzar hacia una completa “desfiguración democrática” (Nadia Urbinati). El Consenso de Barranquilla no alcanza a ser eso; es apenas un acuerdo para incumplir al calor de la campaña. La mejor prueba de lo que podríamos volver a repetir es al actual gobierno que prometió unir a los colombianos e hizo justamente todo lo contrario, nos dividió aún más.