La melancolía es un estado de ánimo situado entre el ombligo y la lágrima”, Juan Echanove.
Voy a referirme a un tema con el cual anhelo generar la sensación de estar sentada tomando una buena taza de café guajiro con quien me lea, realmente quiero ser lo más cercana que pueda a cada persona que deleite estas letras. Esto en razón a que hablaré de un tema que no busca restar, sino sumar esperanzas para la bella tierra guajira.
En este sentido, comenzaré por conceptualizar (desde mi subjetividad) a los guajiros melancólicos, aquellos que siempre algo les aqueja, les tortura y les lapida las esperanzas, los que hablan con desgarradora melancolía de su tierra, expulsan ráfagas permanentes de frases de dolor y desesperanza por La Guajira, en las redes sociales, en las tertulias con amigos o en las intervenciones públicas, pero que pocas, muy pocas veces, se atreven a pasar de la habladuría derrotada a la acción empoderada.
Se dividen entre los melancólicos locales y los que se han logrado fugar de lo que consideran “caótica o fracasada” realidad, es decir, los primeros corresponden a aquellos que dicen que jamás se van a marchar de La Guajira, pero todo el tiempo se quejan de ella; los segundos son los que viven en otra ciudad o país y relatan de forma poética el profundo amor por su tierra, pero cuando se les pregunta “¿Qué puedes hacer tú por La Guajira?” “¿Cuándo retornas a ella?”, responden con voz contundente: “Ah no, yo por allá no vuelvo. ¿Y a qué? Eso no tiene cuándo cambiar”.
Es cuando me pregunto: ¿Será que la melancolía les ha borrado el amor y la confianza de considerar que algo pueden aportar? No se trata de juzgar a nadie porque todos y todas hemos tenido algo de guajiros melancólicos. El punto de reflexión es que se presentan dos extremos que son contraproducentes para el desarrollo de La Guajira; tanto el de la crítica extrema que hace parecer (solo desde la parla) que tienen la solución a todos los problemas y que si le dieran la oportunidad de gobernar harían lo que en muchos años nadie ha logrado; como la resignación a que nada va a cambiar y que lo mejor es escaparse lo más lejos posible y regresar en Diciembre a parrandear con amigos de infancia, tomar whisky, comer tortuga para clausurar la amanecida (aunque se consideren ambientalistas) o visitar la mesa de los fritos más populares pa´comerse las respetadas arepas de huevo o trifásicas, paradojas de nuestro realismo mágico.
En este sentido, los guajiros melancólicos no le hacen bien a la esperanza de un nuevo tejido social, quizás estamos llamados a ser guajiros amorosos que pasemos de la habladuría a las acciones, pero no acciones apalancadas en un contrato, sino aquellas que demuestren ese profundo amor por el suelo fructífero donde nacimos, sin importar que vivamos dentro o fuera de él, si existe voluntad logramos aportar; desde cualquier orilla que nos identifique podemos contribuir con un amor genuino que nos impulse a entregar lo mejor de cada uno de nosotros, sin limitarnos a criticar todo desde la melancolía involutiva, sino a actuar desde un amor evolutivo (de iniciativas).
Cierro estas letras invitando a los que se identifiquen con el perfil de guajiros melancólicos a despertar y cambiar para ser guajiros amorosos ¡Feliz cumpleaños Guajira de mi alma, que te pase lo mejor, dama del norte de Colombia.