El Heraldo

Espectáculo

En el reallity nacional, esta semana Vicky Dávila fue expulsada de la Casa Estudio por convivencia, la misma noche que yo disfrutaba en cine Steve Jobs, el biopic sobre el fundador de Apple. La película es, ante todo, su guión. Construido en tres actos, cada uno cuenta lo que ocurre tras escena minutos antes del lanzamiento de tres productos emblemáticos de la empresa. Esta estructura es, quizás, la que más permite adentrarse en el alma de Jobs y de su compañía: Apple representa lo que Guy Debord llamó “la sociedad del espectáculo”. Los computadores eran solo empaque y carecían de sistema operativo, pero no importaba: había que concentrarse en el show, ofreciéndolo como una experiencia casi religiosa. La presentación de cada producto era ambientada con grandilocuencia, como si se tratara del último gran descubrimiento del universo.

De tiempo atrás las instituciones colombianas se han convertido también en un espectáculo en el que cada uno de nosotros tiene arte y parte. Estas últimas semanas, particularmente, asistimos a una telenovela que ni Televisa ni Venevisión hubieran podido hacer mejor: sexo, intrigas, romance, poder, política de alto turmequé, odios, personajes de carácter fuerte, como tanto nos gustan, y mucha venganza. Todo esto en cantidades desbordadas, lo que ha desbordado la audiencia.

Todo comenzó con la denuncia por acoso sexual en contra del defensor del Pueblo por parte de su secretaria privada, quien se amparó en una foto explícita de la que nunca contó por qué mantenía archivada en su celular (“No es bien visto que una chica decente se esmere por conservar una foto parecida durante tanto tiempo”, escribió algún columnista). El defensor, se dice, era un hombre cercano al procurador General. Precisamente por esa cercanía, se dice también que Ordóñez, siempre tan preocupado por “la moral y las buenas costumbres de los ciudadanos”, guardó silencio. Una semana después de la renuncia del defensor, y amenazando con un video que nunca mostró, Ordóñez denunció al director de la Policía y al viceministro del Interior, quienes renunciaron de inmediato. Saldo inicial: dos tarjetas rojas para el Gobierno y una para la ultraderecha. El empate llegó por autogol, luego de que a Vicky Dávila la obnubilara su homofobia.

Tratándose de un debate –el del derecho a la intimidad– que el país ya había superado en el caso de la Negra Candela contra Lully Bosa, el ensañamiento de Dávila con el viceministro Ferro era un pésimo precedente para el periodismo nacional. Es justo esto –priorizar el chisme por encima de la noticia– lo que justifica su salida de RCN. El periodismo está en mora de una autocrítica más profunda, pero también el ciudadano de a pie, que se satisface con la renuncia del funcionario de turno mientras los problemas de fondo siguen sin resolverse.

El espectáculo es eso: un cascarón. Todos lo disfrutamos, pero nada soluciona.

@sanchezbaute

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