La reciente columna de opinión de Irina Junieles, publicada en las páginas de El Universal y titulada “Bomba de tiempo”, reseña el abismal crecimiento de la infraestructura hotelera en la ciudad de Cartagena. Junieles hace referencia a los datos del Registro Nacional de Turismo que señalan que a finales de 2012 había una oferta hotelera de 9.757 habitaciones, y al evidente avance de 7 proyectos en Bocagrande, en la avenida de la playa y en la San Martín, con 1.761 habitaciones y cerca de 850 más que se construyen en la Zona Norte.

La columnista vaticina que a finales de 2015 se contarán con 12.496 habitaciones, lo que en términos miopes puede ser positivo, demostrando los resultados de una política tributaria de exenciones a la hotelería, pero que avanza peligrosamente sin los menores atisbos de una política pública de turismo.

El crecimiento desordenado del turismo en la ciudad genera escenarios riesgosos para el ciudadano, el pulsos entre los distintos actores, grandes y pequeños, que directa o indirectamente se la juegan con el turismo, y que sin unos mínimos consensos se dejan a la deriva de la voracidad del más fuerte y de la ausencia de garantías que permitan planes sostenibles.

Durante la celebración de los Juegos Centroamericanos, en el año 2006, algunos habitantes de calle se quejaban de la dificultad para conseguir marihuana por la sobre demanda de los visitantes durante esos días. Las ciudades turísticas, con las características de Cartagena, enfrentan enormes desafíos relacionados con redes de tráfico de estupefacientes, mujeres, niñas y niños.

Hace apenas unos años, la ciudad enfrentaba estigmas relacionados con el turismo sexual infantil, que parece haberse exorcizado con la condena al italiano Pravisani, pues quizá responde al último escándalo de la ciudad por esa razón. No incluyo el bochornoso incidente de los hombres de la seguridad de Obama durante la Cumbre, por tratarse con una adulta.

El gobierno de Pinedo posicionó el tema con la campaña Los valioso es no tener precio, y la anterior Administración trabajó con el lema ‘Con nosotros no’, medianamente funcionaba un Consejo contra la Explotación Sexual de niños, niñas y adolescentes, en cabeza de la Alcaldía, y en alianza con el ICBF, la Policía, y otras organizaciones de defensa de los derechos de la infancia.

Cartagena caminó por las distintas pasarelas mediáticas, bajo distintos enfoques, gastó rollos fotográficos y tintas en papel periódico, y de repente, sin cambios estructurales, se sumergió en el más enigmático silencio frente al tema de la explotación y el turismo sexual infantil.

En un reconocido bar de la ciudad, con nombre que evoca al marinero como leyenda, esperan la temporada de cruceros. Mientras tanto una mujer de voz amable convence a jovencitas para que se ganen el día, para que lleven pantalones cortos que muestren las piernas, y cálidamente les promete el almuerzo. Son muchas las formas de interesar al turista y de inadvertidamente promocionar un mercado que podría ser considerado una forma de esclavitud mientras la ciudad se continúa destruyendo. Sobre los intereses del pueblo se establece violentamente el balneario y se venden sus niñas sin escrúpulos.

Por Claudia Ayola
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