El Heraldo

El fútbol y la guerra

Nunca me ha interesado el fútbol, no por nada en especial, sino porque no me he propuesto pensarlo. No puedo ver algo que no entienda. Pero bueno, no es que ya lo entienda, sino que la fiebre me ha contagiado y ahora he podido acercarme desde que vi el maravilloso partido entre Colombia y Uruguay sentada en la playa de Tel Aviv con otro grupo de amigos colombianos.

Estando lejos esto se convirtió en un acto patriótico. Ahora ya no puedo parar hasta que se acabe la cosa este domingo. Cuando se publique esta columna ya el mundo entero sabrá quien ganó la copa mundial y no pienso declarar un favorito, aunque con la alegría que nos dio Alemania con esa goleada a Brasil, no hay escapatoria por lo que el corazoncito dice.

Los seres humanos, quienes nos creemos tan racionales, reaccionamos a todo lo que sucede alrededor, con mucha más fuerza y contundencia, a través de las pasiones, a través de todo aquello que no logra ser pasado por el filtro de la neocorteza cerebral. Esa parte del cerebro que nos regaló la evolución y que nos detiene muchas veces de actuar sin pensar.

En estos momentos en que ya no estoy en Israel de visita, tiemblo no solo por lo que está pasando tanto a los israelíes, sino a los palestinos. Estoy aterrada viendo en las mismas redes sociales que saben tan creativamente aprovechar las ocasiones para la alegría, aprovechando para desfasar el odio.

Tiemblo cuando veo memes que aprovechan cualquier foto o noticia para destapar odios irracionales disfrazados de compasión por un solo lado de la contienda entre dos pueblos que nunca fueron enemigos y que se crearon como tales por demasiadas circunstancias que ahora no cabe describir en este espacio.

Tiemblo cuando veo a un pueblo israelí llorando a sus tres adolescentes secuestrados y asesinados vilmente por extremistas palestinos. Tiemblo cuando unos extremistas israelíes asesinan vilmente a un inocente joven palestino por vengar la muerte anterior. Tiemblo por los centenares de rockets que se lanzan a Israel y por la reacción israelí que se lleva por delante a los centenares de inocentes que usan los terroristas como escudos.

La venganza solo trae venganza y eso lo sabemos perfectamente bien los colombianos. Llevamos seis décadas de venganzas entre hermanos. Y esos mismos colombianos que no lloran ante las atrocidades de todos los bandos del conflicto, ahora miran hacia fuera, porque siempre es más fácil así, viendo en otros lo que no aceptamos en nosotros mismos.

Tiemblo porque acabo de hacer una visita larga y educativa a varios campos de exterminio europeos durante la segunda guerra mundial y entiendo cómo puede ser de fácil hacer que el vecino mate a otro vecino del cual era amigo una semana antes. No existe la exclusividad del sufrimiento. Las causas de las guerras son demasiado complejas para que los que tomamos partido las entendamos a fondo.

Mientras los guerreristas y extremistas aprovechan el desorden para sus planes, los pacifistas de ambos lados en silencio actúan. Más de quinientas familias judías visitaron la carpa de duelo del muchacho palestino asesinado por los fanáticos israelíes. Estoy segura de que muchos palestinos se encuentran haciendo otros actos similares.

Las guerras no son virtuales y el fútbol alivia el deseo de la aniquilación de otro que realmente no lo es. Todos somos hijos de la misma tierra y nos seguimos matando. Cualquier lado que se tome tiene que ver con la procedencia, con la conveniencia, pero debería ser ante todo, con la inteligencia.

Vale la pena preguntarse cosas cómo: a quién le conviene que los colombianos no hagamos la paz, y a quién le conviene que los palestinos no tengan un estado al lado del estado de Israel y que ambos frágiles países puedan algún día vivir en paz.

columonica@hotmail.com

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