Desde muy temprano en el Liceo Celedón, de los primeros colegios de Colombia, empecé a tener conocimiento de que cuando los estudiantes concienzudamente han decidido poner en el contexto público sus pensamientos y en forma clara y honesta hacer los reclamos a los líderes y dirigentes públicos, se hacen sentir sus pensamientos y al ponerlos sobre la mesa de discusión en gran parte de los momentos la lucha tiene buenos resultados, no solo para quienes están estudiando sino también para los que vienen.

Grandes beneficios se han logrado con las ideas de cambio, los avances en derechos humanos y en general las políticas públicas han tenido detrás de esa masa inolvidable, llena de toda clase de energías, de los deseos de mejorar el mundo y de lograr el beneficio general por encima de cualquier obstáculo. Grandes figuras salieron de ese colegio, esos mismos que a cada partido reclamábamos lo justo, sin miedo a la represión caracterizada de algunos gobiernos.

Algo similar me sucedió en la Universidad de Antioquia, con orgullo Alma mater distinguidísima, con una historia de movimientos estudiantiles que han luchado en forma permanente por alcanzar un derecho que en muchas ocasiones han pisoteado los gobiernos de turno. Todavía recuerdo aquella noche que un presidente dijo: “se cierran las universidades y se acabó el desorden, toque de queda, prohibidas hasta las reuniones, cárcel para quien grite, alce la voz o diga algo contra las instituciones”. También recuerdo haber ayudado a recoger el cadáver de un estudiante que falleció en plena marcha ante el uso de balas asesinas. El cambio llegó después de muchas luchas, reuniones, mítines y otros. De los enfrentamientos con la fuerza pública todavía recuerdo haber atendido como estudiante de medicina a compañeros que en el día de hoy son grandes representantes de nuestra sociedad.

La revolución cubana, el Che Guevara, Fidel Castro, Mao Tse Tung y tantos otros pasaron por las mentes ávidas de conocimiento de la mayoría de los estudiantes, excepto por los denominados ‘mamertos’, contrarios a cualquier lucha estudiantil. Mientras tanto, me nutría con las ideas de mi padre, un abogado de principios del trabajo con honestidad, del respeto a las autoridades y de la necesidad de que los estudiantes se respeten para estudiar, con la posibilidad posterior de colocar los conocimientos en las luchas ideológicas y políticas. También las de nuestros profesores con ideas muy serias. Con el tiempo se empezaron a respetar las nuestras y llegamos hasta el paso histórico del cogobierno. Teníamos presencia, voz y voto para la lucha y, lógicamente, éramos el componente mayor en las instituciones.

Llegamos a la época actual y el triunfo rotundo de los estudiantes, me satisface, no solo por los beneficios económicos que se lograron, sino también ante la respuesta de un gobierno que –aunque no era culpable de los errores anteriores– ha tenido una respuesta acertada y ha reconocido dichos errores con la necesidad de corregirlos en forma inmediata. Respeto, sensatez, honestidad y cumplimiento, de parte y parte, llevarán a mejorar las perspectivas de una educación abandonada a la deriva.