
Nuestro futuro
Colombia en este momento es una incógnita, para mis dos interrogadores, para nosotros también y para todos los que nos honran con su lectura. Colombia está en la antesala de su redefinición histórica hacia horizontes promisorios que se dirijan hacia ese futuro que todos anhelamos lleno de destinos asertivos o por el contrario inicia con el pie izquierdo su travesía hacia el desierto de las injusticias sociales, el océano de la impunidad y el corrompimiento, el sendero hacia el fondo de la fosa donde reposan los jirones de la miseria.
Hace pocos días antes de elecciones tuvimos intempestivamente dos diálogos con apreciadas personas que se acercaron a hacernos comentarios sobre alguna columna nuestra anterior. Ambos, una señora de mediana edad ya abuela que me preguntó cuál sería mi pronóstico para un futuro agradable para las personas mayores, contrastó con el interrogante del otro interlocutor que nos planteó "¿profesor cuál cree Ud que debe ser el futuro de nosotros los jóvenes en Colombia?”, disparó desde su visión universitaria.
La verdad auténtica es que a ninguno de los dos interlocutores supimos entregarle una respuesta medianamente aceptable. En primer lugar, porque lo primero que se nos vino a la mente es tratar de establecer lo más estructuralmente la semántica de la palabra futuro. En realidad, ¿cuál es el futuro? ¿Una perspectiva, una esperanza, una incógnita, una ilusión? ¿Cómo debe enfrentarse la idea del futuro? Para una persona en el umbral de adulto mayor como nuestra interlocutora, la esperanza del futuro indiscutiblemente estará enmarcada en la incógnita de la nostalgia que es sin duda una lágrima hacia el pasado recorrido y un acertijo repleto de interrogantes. Algo parecido dijo Seneca cuando lo interrogaron en su paseo matinal por los jardines de Atenas.
Para el joven universitario que esperó de su profesor la respuesta de la sabiduría, el futuro no es más que la visión de toda una vida llena de secretos por delante, también de incógnitas, donde, no obstante, todo está por construirse, por armarse, por fabricarse. Así se lo dijo Descartes a un discípulo: “El futuro es para ti lo que tú quieras construir. Moldéalo a tu gusto”. Entonces es obvio que nosotros no pudimos llenos de inquietud esbozarles a las dos personas palabras sencillas fruto de razonamientos elementales.
Colombia en este momento es una incógnita, para mis dos interrogadores, para nosotros también y para todos los que nos honran con su lectura. Colombia está en la antesala de su redefinición histórica hacia horizontes promisorios que se dirijan hacia ese futuro que todos anhelamos lleno de destinos asertivos o por el contrario inicia con el pie izquierdo su travesía hacia el desierto de las injusticias sociales, el océano de la impunidad y el corrompimiento, el sendero hacia el fondo de la fosa donde reposan los jirones de la miseria. Ese es el concepto de dos caras que enfrentan los que se preguntan hoy cuál será nuestro destino, explicado en términos sencillos aun cuando en realidad una definición académica o científica de cuál sería nuestro destino es apenas la apertura de una primera página de la enciclopedia de la vida.
Lo único que nos puede medianamente entrar en un universo de sorpresas hacia un futuro noble y honesto, sincero y creativo, es agarrarnos con todas nuestras fuerzas de los principios y valores morales, éticos, que son universales, que representan y dignifican al ser humano porque se fundamentan en el servicio al Ser Supremo, a la esencia del Derecho Natural, a esa semilla innata en todo ser viviente inteligente que es la bondad y el perdón. No tenemos más alternativa, no hay otro camino. El futuro lo construimos nosotros, cada quien, o no los construyen y aniquilan.
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