Nuestra natural violencia
Los antropólogos, sociólogos, psicólogos, los grandes juristas rellenos de las teoría de Bobbio o Spencer, todos ellos llegan a aproximaciones, quizás muy cerca, pero ninguna persona o escuela, ninguna tesis o teoría fundamental a podido descifrar cuales son las causas de nuestra desgracia, porque si, esto en términos humanos es una desgracia. El consuelo es que aun así el país progresa, avanza, se desarrolla y las nuevas generaciones cada día más se posiciona en los adelantos científicos y tecnológicos.
Por décadas, quizás siglos, la historia de nuestro país registra que nos hemos regido por códigos de conducta que tienen su mayor fortaleza en la violencia. Desde la Independencia, pasando por el periodo colonial, agudizando con el paso del tiempo, la escueta realidad es que vivimos en un mundo enloquecido por los actos violentos, los genocidios, los homicidios, las venganzas, los atracos, secuestros, peleas, robos a personas, a objetos, revólveres, ametralladoras, escopetas o fusiles o cuchillos o puñales como armas, la verdadera verdad es que no podemos sintonizar un noticiero radial, o encender el noticiero televisivo o coger entre nuestras manos cualquier periódico o revista, sin que nos tropezamos con el delito o los delitos del día a veces varios al mismo tiempo, que marcan nuestra manera de ser, nuestro destino, nuestras idiosincrasia, nuestras costumbres, nuestras manera de arreglar conflictos o simplemente de resolver temas a veces elementales.
El resto de América latina no es igual. Estamos enterados que México y Brasil por ejemplo, siguen muy de cerca estas costumbres pero no se acercan tanto a los límites como Colombia. Por lo menos es lo que traspasa fronteras de información. En alguna ocasión nos decía un diplomático extranjero amigo Embajador en Colombia que a él y su país les costó bastante tiempo acostumbrarse a ese clima permanente de angustia en el que, según él, vivía el pueblo colombiano.
Le contesté: ¿Realmente tú crees que sí vivimos de angustia en angustia? No te parece que más bien nos connaturalizamos con el fenómeno y ya estamos acostumbrados hasta llegar a la indiferencia, o sea asimilamos más rápido y mejor ese estado de cosas. La verdad es que por más que se ha tratado con los años de encontrar una explicación científica a este ADN que llevamos como país, nunca se ha expuesto al análisis sociológico una sola o varias razones estrictamente comprobadas de sus causas. Siempre especulaciones, aproximaciones, imaginaciones. Se ha llegado a exprimir la impronta de una herencia de razas. Los antropólogos, sociólogos, psicólogos, los grandes juristas rellenos de las teoría de Bobbio o Spencer, todos ellos llegan a aproximaciones, quizás muy cerca, pero ninguna persona o escuela, ninguna tesis o teoría fundamental a podido descifrar cuales son las causas de nuestra desgracia, porque si, esto en términos humanos es una desgracia. El consuelo es que aun así el país progresa, avanza, se desarrolla y las nuevas generaciones cada día más se posiciona en los adelantos científicos y tecnológicos.
Las incógnitas sin embargo persisten, por años, buscando respuestas: ¿Que alimenta nuestros odios? ¿Por qué determinamos que somos nosotros los que tenemos que resolver con el puñal todo conflicto y no acudimos a la autoridad? ¿Sabemos lo que es autoridad? ¿Lo que es la ley? ¿Por qué despreciamos tanto a la justicia, no la respetamos o nos parece un cuento infantil inofensivo? ¿Por qué ignoramos la majestad de la autoridad cualquiera que sea? Nuestra educación no nos alcanza para reconocer que hay un orden, unas normas y sobre todo unos principios morales, espirituales y éticos. Seguimos sin respuestas, ¿verdad?
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