En esta crisis que no solamente es de salud, económica, de costumbres y hábitos, sino que mide la esencia humana, lo interno de cada quien y la concepción vida – comportamiento de la comunidad, es fácilmente reconocible que los grandes héroes, (los anónimos héroes) silenciosos, prudentes, modestos, humildes, es el cuerpo médico del país y si, del mundo sin duda, que sobre sus hombros ha recaído con la altísima responsabilidad de enfrentar el enemigo oculto, misterioso y venenoso del coronavirus.
En el departamento del Atlántico y en la ciudad de Barranquilla ya empieza a ser leyenda la abnegación, el sacrificio, el desprendimiento, el profesionalismo de este cuerpo de médicos y paramédicos, enfermeras, especialistas, laboratoristas clínicos, radiólogos, terapistas que están entregando su tiempo, recursos, conocimientos y salud al enfrentar al peligroso enemigo. Realmente nos enorgullece tener este cuerpo de personas que anteponen su vida para atendernos al resto de la sociedad.
Pero es admirable también la solidaridad que se ha despertado para ayudar a cubrir las necesidades, a los más vulnerables, a los más pobres y necesitados, a los débiles, a los indefensos. Son importante las noticias que nos llegan de todos los rincones de donde como decía Duverger “se puede clasificar la naturaleza humana en su reacción ante las necesidades del otro, formando un cuadro entre el que da para no recibir y el que recibe sin poder dar”. Personas adineradas, grandes empresas queridas del público que ofrecen cientos de miles de cantidades en productos paliativos y defensivos como gel y alcohol, donaciones a los hospitales, no cualquier limosna sino sumas cuantiosas para insumos y muebles o elementos, alimentos, ropa, utensilios elementales, en fin lo imaginable para aportar hacia un apoyo integral.
Es de admirar la solidaridad respaldada con una muy bien dirigida publicidad en medios de comunicación que todos debemos pensar en todos, en cómo ayudarnos y apoyarnos, hasta en los menores detalles. La generosidad ha sido un patrón de conducta loable, sincera, espontánea, eficiente.
Pero por supuesto entre la clase política hasta esta conducta lleva envuelta la dosis de crítica de oposición ciega, de interés particular, de rabia y hasta de odio visceral. Ese odio, ese rencor que ellos muchos de los políticos actuantes en el país lo han podido erradicar de sus mentes y corazones, lo alimentan, porque en su obsesión enfermiza solo les cabe mentalmente el impulso para ver como acorralan y humillan o derrotan al enemigo, al que ayer fue aliado y hoy es su enemigo porque se pasó al otro lado. Así son de veletas, no todos por supuesto. En la política hay gente muy buena y muy noble, muy sana y honesta. Pero siguen incrustados los distintos estamentos cargados de odio, los personajes que desde hace una generación solo piensan como aniquilan al opositor y se vale hasta de sus hipócritas voces de apoyo para infi ltrarles la “puya”, la crítica, la indirecta. Nada de lo que haga el gobierno está bien hecho, en esta o cualquier otra crisis. Hay que aprovechar las circunstancias para golpear. Apoyan con el veneno por dentro.
Sí, hay una parte de la humanidad que no encaja en la clasificación de Maurice Duverger
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