Regocija escribir sobre la inteligencia más grande, estructurada y cultivada de los últimos siglos en la humanidad, como la que tuvo Albert Einstein, el sabio más trascendental del cual se cumplieron recientemente los 140 años de su nacimiento. Cuando ya mayor lo encontraron unos visitantes en el suelo de su laboratorio jugando con un camioncito infantil sobre ruedas de caucho y le preguntaron: “maestro, ¿qué está haciendo?”, respondió sin mirarlos: “Me gusta cómo cruza las ruedas al accionar mis dedos a la derecha o la izquierda”.

Ganó el Nobel de Física en 1921 por, quizás, su trabajo más sencillo: El efecto fotoeléctrico originado por la luz, cuando en realidad su auténtica y más grande revolución científica la plasmó en su Teoría de la Relatividad, en donde dejó para siempre establecido que el sentido de la gravedad es el efecto directo de la curvatura de la tierra y que espacio y tiempo tienen un compendio de principios inmortales,   científicamente probados, que marca la subjetividad con la cual un ser humano aprecia la velocidad de la luz.

Las ecuaciones físicas sobre las cuales trabajó toda su vida cobran en la actualidad una impresionante vigencia. Al explicar a sus alumnos cómo funciona el universo y de qué manera el mundo atómico y los rayos láser, la fórmula del átomo hasta la creación de la bomba atómica con sus implicaciones sociales y políticas de por medio, trascendieron la mecánica cotidiana de la vida humana hasta llegar a las precisiones tecnológicas que asombran hoy al mundo, todo ello no hizo más que posicionarlo en principio como un aventurero ante la envidia de muchos contemporáneos; pero hoy lo ponen en el mosaico de los descubridores más grandes de la historia. Hijo de una vida dedicada a la investigación y no descubridor por casualidad de fórmulas inéditas que se catalogaban como la aparición de una fortuna.

Einstein hizo posible los rayos láser de hoy que han revolucionado todos los ámbitos científicos del mundo hasta llegar a la medicina, donde hacen milagros. La corriente  eléctrica generada por la fuerza de la luz trajo al mundo científico la explicación de muchos misterios que se creían inescrutables. El campo gravitacional que descubre la necesidad de que los relojes satelitales estén sincronizados con los de la tierra grandes y pequeños, industriales o domésticos, hizo posible el Sistema de Posicionamiento Global dentro de su concepción de la teoría de la Relatividad general.

Quizás pasarán muchos años más antes de que la dimensión de su magna obra sea universalmente capturada por la ciencia para ponerla íntegramente al servicio de la humanidad y de la comodidad de los seres mundanos. No obstante, Albert Einstein nunca dejó de ser un humanista, un filósofo quizás, un calculista de la imaginación como se definió a sí mismo, dictando una clase repleta de alumnos. Allí mismo, delante de ellos, lanzó una de sus más célebres frases cuando afirmó cabizbajo:   “Afortunadamente no estaré vivo cuando la máquina domine la voluntad del hombre; no lo quiero ver y menos sentir y comprobar”.