Hace algún tiempo le leímos a Michael Porter un artículo periodístico interesante en donde señalaba que en la compra de un artículo u objeto cualquiera, de diversa clase, tamaño o categoría, muchas veces no era tan importante su valor público como sí su valor intrínseco, consistente en la comodidad para adquirirlo, prontitud en la entrega y facilidad para su pago. En resumen, pensamos entonces, este pensamiento desvirtuaría de inmediato todas las posturas mentales adquiridas anteriormente en la vida, que implícitamente recurren a la necesidad o al ocio como factores de intención decisiva en las compras.
La evolución en la dinámica comercial del mundo apoyada en la tecnología moderna nos hizo, por ejemplo en Colombia, cambiar de posición frente a la aparición de las grandes megatiendas y los llamados centros comerciales que, en principio, irían a exterminar a las tiendas de barrios. Inclusive, llegó a afirmarse por parte de expertos que estas últimas, en un plazo no muy lejano, desaparecerían arrolladas por esas atracciones de los centros comerciales, su comodidad, el clima, la categoría de los artículos y sobre todo tenerlo todo a la mano con solo caminar unos pasos.
La historia, los años y la modernidad mostraron otra realidad: las tiendas de barrios no se acabaron, siguieron manteniendo sus estatus de preeminencia en cada sector, representaron la comodidad de llegar a ellas sin sofisticamiento en el vestir, en chancletas, a la usanza muy nuestra que traduce comodidad y rapidez. Es cierto que sufrieron un impacto en particular con aquellas mercancías que traen el sello de garantía que no puede conllevar un bulto de papas o una caja de huevos. Pero estas tiendas subsisten a pesar de violar con frecuencia la lógica de los precios, muy al capricho de cada tendero, sobre lo cual luchamos permanentemente en el gremio, como nos lo informó recientemente un directivo de Adeco.
Hoy en día la realidad cambió de tono y de forma: los grandes centros comerciales ya han notado y sentido en carne propia la disminución de compradores, no de visitantes paseantes, producido el fenómeno por el auge sorpresivo, creciente, de las compras on line a través de internet casi desde el mismo celular, sin importar tamaño, costo, dificultad en el transporte a domicilio.
La pregunta que se hace el público consumidor es hasta cuánto resistirá el comercio legal organizado con grandes inversiones, esta avalancha de compras a domicilio mediante las redes sociales que ni siquiera identifican al comprador en mayor grado porque la compra no necesita la presencia física del comprador. Es un dilema que se está presentado y que según algunos pesimistas llevará en pocos años a que los centros comerciales serán principalmente lugares para distraerse, pasar ratos agradables con la familia o para la parejita de enamorados, pero de pésimo resultado en ventas efectivas. Proliferan los nuevos centros comerciales en el país, entonces, ¿dónde está la realidad? ¿Será que desaparecerán con el tiempo, o cambiarán su logística después de cuantiosas inversiones, o finalmente subsistirán rentablemente como pudieron por fin hacerlo las tiendas de barrios frente a aquellos?