Es realmente comprobado que el mundo no se encontraba preparado para enfrentar una epidemia como la que estamos viviendo. En el caso nuestro Colombia mucho menos y lo decimos de esta forma porque, como siempre, veníamos acostumbrados a manejar los asuntos trascendentales con el mismo folclorismo ridículo, excluyente, aquel que en el fondo de nuestras actuaciones se burla de todo lo importante y le da un tratamiento casi festivo, indolente, acomodaticio, sin una concepción colectiva de apoyo de unión y de solidaridad. Esta última solo aparece cuando las consecuencias son devastadoras y sus secuelas le parten el alma a un pueblo. La isla de Providencia es el ejemplo clásico actual.

La situación de la salud es otra gráfica para meditar. Venimos de una crisis en donde los hechos más recientes nos mostraron la debacle de un sistema colapsado con incontables deficiencias en la atención a la comunidad, en los servicios, en una gran mayoría de las EPS, no todas obviamente, que se enriquecieron, hasta urbanizaciones, lujo que crearon con la plata del pueblo, mientras los muertos se triplicaron porque las citas para los enfermos terminales se otorgaron después que falleciera.

Muchas oficinas oficiales con la pandemia cerraron sus puertas, especialmente las nacionales, argumentando la necesidad del aislamiento, pero al recomendar y difundir el acceso virtual a sus servicios al público que tributa, el que los sostiene se encontró con una ineficacia absoluta o con un hacinamiento en las redes que no supieron, ni saben hoy resolver. Por ejemplo hemos conocido decenas de casos en los cuales obtener un RUT o modificarlo por meses ha sido imposible por los factores aludidos. Un documento de tanta trascendencia es imposible conseguirlo hoy. Recientemente una señora de edad ha tenido que presentar ante la Procuraduría una denuncia en este sentido, lo que nos produce vergüenza.

La Registraduría Nacional es otro caso patético, casi delirante. Meses han pasado para atender necesidades ciudadanas. Y si nos vamos al campo privado la fiesta no es menor en descalabro e ineficiencia. No se alcanzan a imaginar mis amables lectores los cientos de personas que no han podido tener acceso a los créditos y subsidios que a través de bancos privados ha prometido el gobierno y el presidente Duque los ha ofrecido, con las garantías del Estado, oígase bien con estas garantías que tácitamente les ofrece a los bancos la seguridad del recaudo de cartera. Cuando el público llega a estos bancos, no todos porque hay excepciones de eficiencia, se encuentran con tal cúmulo de obstáculos, requisitos, exigencias, imposibles de satisfacer por una ciudadanía de pocos recursos o de clase media bien alcanzada en sus estrenos presupuestos de hogar, además con el desempleo rondando y la falta de liquidez reinando.

En fin, tanto en el Estado como en el sector privado no se renuncia a los privilegios, la solidaridad es una fantasía en boca de un gobierno que quiere hacer las cosas y no le colaboran y además de todo esto es la lectura actual de que este país no estaba preparado, ni lo va a estar en mucho tiempo, para afrontar crisis, dramas sociales, advenedizas circunstancias como las que estamos viviendo. Ojalá esta situación aprendamos a mejorarla con el paso de los años.