La horrible noche
A todos se los llevó una violencia recrudecida, cruel y envalentonada que se vuelve a pasear oronda
Jamundí, Cáceres, Tibú, La Consolata, San Juan de la Costa, Mercaderes, Corinto, Montelíbano, Versalles, El Totumito, Algeciras, Quebrada del Medio, El Caracol, Ricaurte, Samaniego, Llano Verde, Santander de Quilichao, Venecia… En esa lista se juntan los nombres de algunos pueblos, corregimientos y veredas que han sido testigos de las más de 40 masacres (así, masacres, sin eufemismos de parvulario) que han dejado casi 200 muertos en lo que va del año en Colombia. Las cifras vienen de La Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento, CODHES, ampliadas por el diario “El Espectador” en su edición del domingo pasado.
Líderes sociales, reclamantes de tierras, familias enteras, menores de edad que volaban cometas, otros que le llevaban la tarea a la profe, jóvenes que venían de jugar fútbol. A todos se los llevó una violencia recrudecida, cruel y envalentonada que se vuelve a pasear oronda ante la mirada pasiva y por ende cómplice de autoridades más preocupadas por el qué dirán que por el qué decir y el qué hacer. Saben que pasados unos días la atención se centrará en otro escándalo mientras las mentadas “investigaciones hasta las últimas consecuencias” pasan a dormir en la enorme bodega donde se archivan los “nada pasa”. Ellos saben que además de balas, tumbas, corrupción y desesperanza, en este país estamos llenos de situaciones olvidadas, de anaqueles repletos de dolores inconclusos, de indignaciones desechables, de olvidos selectivos y seleccionables. Por eso saben que nada pasará, y por eso no se preocupan.
Y en medio de este tremebundo panorama, la rabia se confunde con estupor cuando el presidente Duque parece (¿?) olvidar que su elección lo obliga tanto para sus votantes como para los que no. Escucharlo desconocer la separación de poderes y las decisiones judiciales para “quedar bien” con su cada vez más menguada base no ayuda en nada al necesario esfuerzo por encontrar unos mínimos comunes en una sociedad en máxima crispación. La serena majestad del cargo se engavetó para dar paso a un peligroso desfile de antorchas por la fábrica de pirotecnia. Si a eso le sumamos la fraterna escogencia de cercanos al Ejecutivo para ocupar los cargos llamados a controlar, precisamente, el andar administrativo, el panorama pasa de tremebundo a nauseabundo.
El monstruo que se suponía cesado con la horrible noche no fue tal. Sigue allí. Siempre estuvo, agazapado y alimentándose para venir con más fuerzas. Esa medusa está estrenando serpientes venenosas en la cabellera, y lo peor que podemos hacer para enfrentarla es creer que de la nada aparecerá un Perseo. Si no asumimos lo que nos toca, no pretendamos que alguien más encienda la luz. A la horrible noche no se le vence de a uno. Nunca uno fue más que muchos, a menos que ese uno sean muchos. No entenderlo es parte del problema.
Y mientras no se entienda, vamos a seguir sumando nombres y números al listado del primer párrafo.
asf1904@yahoo.com
@alfredosabbagh
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