Con mucha creatividad, corazón, empeño y, por supuesto, la entera disposición de los alumnos, profesores de todos los niveles de la educación sacamos adelante (de hecho, algunos colegas siguen en eso) un semestre académico literalmente inolvidable. Aprendimos sobre la marcha a ajustar contenidos, métodos de valoración y evaluación y, fundamentalmente, a confiar más en el alumno y su voluntad por aprender; todo mientras se cruzaban los dedos para que Electricaribe no hiciera alguna de sus gracias en plena clase por Zoom o Google Meet. A fe cierta que más de una vez “se nos fueron las luces”. Bueno, a ellos. Lo usual.

Avisados estamos que, por lo menos en lo que resta de año y salvo un vuelco dramáticamente positivo de la situación, las clases seguirán dictándose de manera remota. A las consabidas inquietudes que genera la citada inestabilidad en la prestación de servicio de energía en la región, le debemos sumar las limitaciones de conectividad, acceso a tecnología, licenciamiento de software, manejo de bases de datos en la red, almacenamiento y demás inquietudes similares que, tanto en forma como en fondo, influyen en el desarrollo armónico de un proceso de enseñanza aprendizaje mediado por tecnologías.

A lo anterior, que no es poca monta, le debemos sumar la importancia que para el desarrollo humano tiene la interacción directa del alumno con sus compañeros y profesores en el entorno escolar. Tan necesario como reconocer las primeras letras y números es el momento del recreo para ensuciarse el uniforme y rasparse la rodilla en el compartir con los iguales. Así, con las experiencias que van quedando de las vivencias de cada curso y edad, incluyendo a la educación superior, nos vamos construyendo. Esa interacción ya no es igual. El cara a cara depende de la definición de la cámara o de la conexión a Internet, y ya vimos que eso no es confiable.

Ahora bien, el que la interacción física se limite no quiere decir que desaparezca. Un uso racional de las tecnologías, consciente, con reglas claras y en un ambiente de respeto, puede permitir un óptimo nivel de interacción. De hecho, y como seguro lo vemos al lado nuestro cuando nosotros mismos no somos los protagonistas, la comunicación humana está cambiando la verbalización por la “memelización”, la caligrafía por la precisión en el uso de los pulgares al escribir por Whatsapp; y la atención enfocada en un solo punto por la multitarea. Tan mal no nos ha ido, y juzgarlo como mejor o peor en una comparación con “lo que era antes” es errado e inconveniente. No es ni mejor ni peor. Es distinto y llegó para quedarse. Nos toca a todos aprender a relacionarnos bien en estos ambientes mediados.

Y a todo lo anterior le debemos sumar como ingrediente fundamental la motivación por aprender, que no necesariamente es la misma que por estudiar. Mantener alta la motivación hará que el ahora salón virtual de clases siga siendo el lugar seguro de muchos jóvenes. Por ahí pasan los retos. Si pudimos, podremos.

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@alfredosabbagh