Son los conflictos políticos buenos o malos? Cuando uno ve los disturbios provocados por la crisis de la Universidad del Atlántico en Barranquilla, las manifestaciones en Bogotá o, en un plano internacional, los choques entre ciudadanos y policía en Santiago de Chile, Barcelona o París, ¿siente que tanto desorden es útil o no es más que la defensa violenta de propuestas que deberían ser promovidas en sede parlamentaria o en otros foros diferentes a la calle? El conflicto social acaba haciéndose intolerable. Desde el primer momento para una parte de la sociedad que no tiene ningún interés en el mismo, que no se siente identificada con los demandantes y que vive ajena al problema que ha lanzado a sus vecinos a la calle; pero tarde o temprano también se vuelve intolerable para los propios manifestantes y para toda la sociedad, pues no hay nadie que quiera vivir perpetuamente en la calle gritando, peleando y poniendo su integridad en peligro. Más allá de unos muy pocos radicales, que por estupidez o maldad pueden encontrar cierto placer o liberación en desatar el caos, la inmensa mayoría de la gente sólo sale a la calle como última opción cuando quiere defender sus derechos violados o no reconocidos.
El conflicto no nos gusta. E, insisto, salvo estúpidos y malvados, sólo apelamos a él cuando consideramos que ya no quedan otras vías para hacernos oír. ¿Es, por tanto, malo el conflicto? Podría parecerlo. Una línea dominante en el pensamiento político desde Platón hasta el siglo XX es que el valor supremo de la sociedad civilizada es la unidad y la estabilidad. Cualquier cosa que fragmente su unidad orgánica o ponga en peligro su estabilidad debe ser condenada. Una de las más interesantes voces contrarias es la de Maquiavelo. En sus Discursos el autor florentino defiende que, como prueba el caso de la República en Roma, el conflicto es un instrumento útil para el progreso social mediante las cesiones mutuas de poderosos y débiles; afirma que todas las leyes que se hacen en favor de la libertad nacen del desacuerdo entre ricos y pobres; y considera que los tumultos son la condición para que se promulguen buenas leyes, pues es el conflicto y no la paz social impuesta desde arriba el precio que hay que pagar por la libertad.
Maquiavelo tiene razón. No en la necesidad del tumulto. Mucho más recomendables son las propuestas en vía parlamentaria o, a lo sumo, las de desobediencia civil, siempre pacíficas. Tiene razón en que el conflicto es el camino a la libertad. Diré yo, el motor de la democracia. Pues ¿qué, sino negociación, tolerancia al conflicto y transversalidad es la democracia? La democracia necesita del conflicto como chispa que active el mecanismo democrático del acuerdo y la cesión, del pacto entre la mayoría y las minorías. Quien crea que la democracia es la imposición de la voluntad de la mayoría no ha entendido en qué consiste la máquina. La democracia es acuerdo y el acuerdo requiere del previo conflicto. Conflicto que nada salvo la misma esencia de lo humano es.
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