Entiendo la crisis como la constatación de la necesidad de un nuevo orden.
En este sentido todo cambio genera crisis, porque nos desestabiliza, nos hace consciente de las limitaciones de nuestros conocimientos y habilidades frente a la situación presente; lo que antes nos servía y nos funcionaba de repente ya no es suficiente. Esta pandemia nos ha hecho entender a la fuerza que algo no estaba bien en nuestra manera de ser y de relacionarnos. Nos ha metido a la casa y no deja de parecerme una provocadora metáfora de una dinámica espiritual de hacer viajes hacia nuestro propio interior.
Pero sobre todo, esta pandemia nos ha hecho conscientes de la necesidad del cuidado, no sólo como una manifestación del amor sino como una garantía fundamental para poder existir humanamente. En la malsana mentalidad del machismo se nos hizo creer que el cuidado era una acción femenina, hoy está claro que es una acción de todos los humanos que aman a otros. Leonardo Boff lo dice en estos términos: “El cuidado está especialmente presente en los dos extremos de la vida: en el nacimiento y en la muerte. El niño sin cuidado no puede existir. El moribundo necesita cuidado para salir decentemente de esta vida. Nosotros mismos somos hijos e hijas del cuidado. Si nuestras madres no nos hubiesen acogido con infinito cuidado, no habríamos tenido cómo bajar de la cuna e ir a buscar nuestro alimento. El cuidado es la condición previa que permite que un ser venga a la existencia. Es el orientador anticipado de nuestras acciones para que sean constructivas y no destructivas. Cuidamos lo que amamos. Amamos lo que cuidamos”. De alguna forma el COVID-19 nos ha enseñado que el cuidado no es sólo en esos dos momentos (en el nacimiento y en la muerte) sino en la vida toda.
Sabiendo, con Michel Foucault, que “No hay que anteponer el cuidado de los otros al cuidado de sí; el cuidado de sí es éticamente primero, en la medida que la relación consigo mismo es ontológicamente primera”. De hecho, la cuarentena de estos días ha dejado claro que cuidarnos es ya una forma de cuidar a los otros. Cuido al otro porque me interesa, porque lo amo, porque requiero de su alteridad para podernos realizar, voy más allá de las relaciones de poder que el conocimiento genera y me dejo conmover con la presencia de su rostro como nos lo insiste Emmanuel Levinas.
Este cuidado implica no sólo lo físico sino lo emocional. Por eso en estos días tenemos que hacer el mayor esfuerzo no sólo por cumplir las medidas de higiene y distanciamiento que nos exigen, sino ser capaces de usar las palabras y caricias que sanan con ternura a los que están a nuestro lado, controlar bien nuestras reacciones de tal manera que no los lastimemos, ser capaces de no exagerar las dificultades hasta el punto que sean un monstruo que nos trague y entender que podemos diferir algunas soluciones de problemas que están incrustados en lo profundo de nuestro ser, ya que hoy no se pueden resolver; y generar espacios para gozarnos cada experiencia que esta rara cotidianidad nos está trayendo. Cuidarnos significa en este sentido encontrar el nuevo orden que nuestra vida, individual y social, requiere. Aprovechar las inquietudes de la crisis para reajustarnos y hacer la tarea de ser felices.