30K. 29k. Destino Madrid. Primera clase es de la 1 a la 8 con su respectiva combinación de letras. Los puestos en cuestión son dos más de la mayoría. Nos deslizamos sobre las nubes a 887 km/h (pero se siente más como 917 km/h). 10 horas de vuelo. Las primeras horas pasan sin mucha novedad. Pero en la sexta hora, se crea esta columna, en la sexta hora, se hace una reflexión.
Un pequeño gesto: Lentamente me acomodo a mi espacio reducido. Para los curiosos y los neuróticos, yo mido 1.93 y me toca jugarme la paciencia en un espacio de 60 cm de ancho por 80 y pico de profundidad. De mis rodillas a la parte de atrás de la silla (29k) hay, más o menos, 7 centímetros. Pero, finalmente siento algo de tranquilidad. Me he acostumbrado a mi pequeño pesebre hecho de sábana roja y almohada blanca. Es curioso, entre más limitado, me siento mejor; seguro habrán cantidades industriales de teorías freudianas de por qué será.
En ese momento me pongo mis lentes de sol. El pelo lacio porque el avión suele eliminar el factor humedad que tanto nos friega capilarmente. Ella Fue, de la Fania All-Stars, suena en mis audífonos. La cadencia, suave, con letargo y ‘boogalooesca’ informa mis movimientos que en turno son cadenciosos y sabrosos. Es un día bello. Las nubes contornean el cielo y obliga al sol a acomodarse para buscar vitrina. Pido un café. Destrabo la mesita de la silla y delicadamente la acomodo sobre mis muslos. Pongo el café sobre la mesita. De un golpe, la vieja de adelante hace uso indiscriminado del botón redondo y plateado, se reclina al full y entonces me entierra la mesa en las rodillas, pone en peligro la estructura del café y daña, irrevocablemente, el feeling que con tanto esmero había armado.
Nunca le reproché a la señora, porque a la larga, ella estaba haciendo uso de una opción que todos tenemos. Pero, sí me llevó a reflexionar sobre las acciones que tomamos y por qué las tomamos (como por ejemplo, por qué alguien se vuela un semáforo en rojo, o se vuela una fila, o habla en cine).
El civismo está compuesto por momentos pequeños que, implementados por la mayoría, nos llevan a aceptar una mentalidad que se vuelve parte intrínseca de nuestra identidad cultural.
Son esos gestos, pequeñísimos, los cuales crean libertades y realidades. Son parte fundamental de la manera como interactuamos y nos exponemos a una colectividad: hay, dentro de todo, política en estas acciones, y por ende, cultura. Por eso en esa reclinada 29k, en ese café tibio de la 30k y en esa transacción hay mucho para poder entender que dentro de cada gesto pequeño puede haber una columna.
antonio.celia@nyu.edu