Esto le pasó a una amiga, quien le contó a un amigo, quien me lo contó a mí. Hoy lo reproduzco aquí tal cual me lo contaron, asumiendo la responsabilidad de

acomodar el cuento en favor del argumento: “...resulta que una vez K recibió una visita de su amiga, G, que llevaba mucho tiempo viviendo en Alemania. En esa ocasión, G trajo a su hija, que se llamaba B o algo así, no me acuerdo exactamente. En fin, la ‘pelá’ no tendría más de 6 o 7 años. Un día, para matar el tiempo y las ganas, salieron a dar unas vueltas por la ciudad.

Después de pasear por tantas calles y ver tantas casas abarrotadas, la hija, contundente y en alemán, le preguntó a la mamá: “mami, ¿acá por qué hay tantas cárceles?” Sí, el cuento ha sido amoldado, pero la certeza de la enseñanza permanece: estamos viviendo rendidos ante una cultura de aislamiento que ensancha nuestras diferencias ideológicas, pone en jaque el debate sano, y socava el mismísimo concepto de ciudadanía. Ese que por siglos –desde que Pericles predicó sobre la actividad pública como fundamental para el flow democrático– hemos construido a base de la confianza en que colectivamente podremos trazar un mejor camino para construir nuestra cultura e identidad.

No pretendo saber en qué momento empezó la manía del encierro, o cuándo comenzó a sepultar nuestra disposición naturalmente abierta, aunque seguramente se le puede achacar a una serie de coyunturas. Pero, si las coyunturas son por definición temporales, entonces, ¿por qué las rejas no lo han sido? ¡El sereno lo fue! Y barro con el sereno.

Los problemas, porque son varios, se derraman de la siguiente manera: 1. Al encerrarnos, obligamos a nuestra mente a asumir, poco a poco, un comportamiento que es reflejo directo de las limitaciones que nos imponemos. El sociólogo francés Henri Madras argumentaría que esto es propio de las “contrasociedades”: aquellas que imponen condiciones anacrónicas para su funcionamiento. Esto nos atrasa. 2. No nos engañemos, estéticamente son horribles. Además, ¿qué protección real provee una reja hecha de aluminio y de dos metros y medio de altura? En el mejor de los casos, pura percepción. 3. La reja es un símbolo de estatus y poder, y mientras vivamos en un país verticalmente aspiracional, el mal del encierro será un desgarbo de las mayorías, limitando nuestra capacidad de ser libres, tejer redes y entendernos como sociedad.

Debemos caer en cuenta de que nuestro verdadero poder cultural se manifestará solamente si nos exponemos al otro, si nos rozamos con lo diferente y le damos espacio al intercambio, como ya una vez lo hicimos. Entonces, o empezamos a conversar abiertamente sobre cómo acabar nuestro preocupante aislamiento o la próxima vez que otra niñita se paseé por nuestras calles confundirá nuestras casas no con cárceles, sino peor aún, con jaulas.

antonio.celia@nyu.edu