Ahí arriba, a la izquierda, a unos cuantos centímetros de este lugar, ahí estaba, todos los viernes, la columna de don Antonio Celia Cozzarelli.

Desde 2003, cuando empezó a escribir para EL HERALDO, he sido cada viernes no sólo su vecino de página, sino su colega puntual y, sobre todo, su lector encantado.

Me acostumbré al humor y a la bondad de su pluma, a sus apuntes magníficos, a que me trasladara esos viernes de regreso a su Barranquilla del alma, a sus calles emblemáticas, a la arquitectura de las antiguas casas del extinto Prado, a las viejas costumbres de tiempos y espacios que, en su opinión y con seguridad fueron mejores.

Ese estupendo minifundio intelectual de don Antonio me ponía semanalmente a tono con la historia y las tradiciones de nuestra ciudad, con su memoria y sus valores.

Gracias a él recuperé momentos felices de la vida que han de perdurar en nuestra mente, como él mismo lo dijo. Momentos que debemos recordar y transmitir a los que llegan.

Leyendo a don Antonio compartí su crítica constructiva, que apuntó siempre a transformar esta ciudad en una más ordenada y generosa. Me deleité con sus Historias de ‘H’ mayúscula, vividas en colectividad, y con las de ‘h’ minúscula, sobre experiencias personales, de pura vida cotidiana.

Un texto suyo sobre el Paseo de Bolívar me puso a recordar a mi tío abuelo Francisco, que hizo traer de Carrara la estatua en mármol del descubridor de América, cuando cambiaron el nombre de la tradicional Calle Ancha por el de Paseo Colón.

De los recuerdos de don Antonio el que más me estremece fue el vivido por él a sus 8 años. Estuvo durante la II Guerra Mundial a punto de morir quemado o ahogado, y de perder a sus padres y a su hermana en el incendio del Orazio, buque de vapor italiano que había partido de Génova y debía llegar a Panamá. Los Celia seguirían en otro barco hacia Barranquilla.

Era el 21 de enero de 1940 y se hallaban a 56 kilómetros de Tolón, sobre el Mediterráneo francés. Antonio vio cómo el mástil del barco se desplomaba, causando la muerte de varios pasajeros.

“Al poco tiempo, sentí un ruido estrepitoso como producido por hierros que chocan. Era el piso del comedor que se había desplomado. Comprendí que la hora de mi muerte no había llegado, que mi Dios me quería aún vivo y empecé desesperadamente a buscar mi familia”.

El relato completo es sobrecogedor. Todos se salvaron. Y han transcurrido 78 años de una larga vida en familia, entrañable y enriquecedora, para don Antonio.

Hoy nos sumamos a la Barranquilla que despide con cariño y admiración a Antonio Celia Cozzarelli. Nos sumamos conmovidos al abrazo colectivo y solidario de la ciudad, a sus seres queridos, a su esposa, Doña Cecilia, a sus hijos Antonio, Ricardo, Carla y Gian Piero, sus nietos y toda su gran familia.

A esta despedida se unen amigos y lectores. Adiós don Antonio. Adiós, colega columnista. También en esta página nos va a hacer sin duda mucha falta.