En estos días he estado pensando en la felicidad, en lo que es, en lo que representa y en cómo podemos llegar a obtenerla. Y, curiosamente, mientras mi mente divagaba en la búsqueda de ese concepto tan intangible y, a la vez, tan codiciado, me topé con la historia de Mo Gawdat, un multimillonario ingeniero de Google que desde que perdió a su hijo hace siete años se había empeñado en buscar el algoritmo de la felicidad. Y, al parecer, lo encontró.
Según Gawdat, “la felicidad es la diferencia entre la percepción de los acontecimientos de nuestras vidas y las expectativas que tenemos sobre ella”. Es decir, que para él no se trata de si el vaso esté medio lleno o medio vacío, sino de aceptar el agua que tengamos. Y aunque suene sencillo en la teoría, en la práctica es bien complicado. Aceptar lo que tenemos, conformarnos con lo que Dios nos ha dado, mirarnos al espejo y amarnos por como somos, no envidiar la fortuna de otro, no querer ser otro, son, tal vez, las batallas más grandes que puede sufrir un ser humano.
El problema está en que un concepto racional casi siempre lo enreda la emoción. Somos animales sensibles, empáticos y ambiciosos, y, para colmo, crecimos en un mundo en el que para ‘sobrevivir’ hay otros que necesariamente no deben hacerlo. Es por esto que aceptar el agua de nuestro vaso debe ser nuestra principal meta, pues solamente aceptándonos como somos y como vivimos podremos ser realmente felices.
No siempre he sido feliz. Cuesta escribirlo, pues nunca he tenido razones para no serlo, y me avergüenza tener que aceptar que, en muchos momentos de mi vida, pedí tener más de lo que ya tengo. Más belleza, más inteligencia, más éxitos, más cosas, más de lo que tiene esta y más de lo que tiene aquella. Y lo más triste de todo, es que sé que no he sido ni seré la única que se ha sentido así. Tal vez por eso tantos que aparentemente lo tienen todo deciden acabar con su vida. Tal vez por eso tantos que aparentemente lo tienen todo, nunca se conforman con nada y siempre terminan siendo infelices. Tal vez por eso tantos malgastan su tiempo intentando tener el agua de otro, sin apreciar la que ya tienen.
Y no se trata de ser mediocre, pues considero que hay que sacarle el mayor provecho al agua que nos han dado, sin que por eso queramos convertirla en el agua que tiene el vaso de alguien más. Me costó mucho tiempo entender esto, y tengo que aceptar que todavía hay veces que pierdo el rumbo de lo que verdaderamente importa, pero la felicidad está en sentir alegría por lo que tenemos, por como nos vemos, por como somos.
Por eso hoy, querido lector(a), te invito a que mires a tu alrededor y sonrías frente a lo que tienes e intentes sacarle el jugo al agua que Dios te ha dado. Recuerda no compararte con nadie y mucho menos si estás comparándote por medio de lo que se muestra en las redes sociales. Pues nadie exhibe ‘los trapos sucios que se lavan en casa’, y no debes comparar los tuyos con los trapos limpios que se ven en las pantallas de los celulares.
Porque si quieres verdaderamente ser feliz, primero tienes que comenzar por querer serlo con lo que ya eres y tienes.