A Patricio Guzmán, realizador de cine chileno, autor de monumentales e indispensables obras como La batalla de Chile, La memoria obstinada, Nostalgia de la luz y muchas otras que lo validan como uno de los grandes maestros del cine documental en el mundo, se le atribuye la frase “Un país sin cine documental es como una familia sin álbum de fotos”. Con la expresión quería Guzmán reivindicar, por si hiciera falta, el papel del registro audiovisual como memoria y huella de un momento en el tiempo al que es necesario acudir para no olvidar de dónde se viene cuando se decide emprender un camino nuevo. Guzmán lo sabe bien. No en vano el grueso de sus obras más conocidas giró alrededor de las causas, consecuencias y devenir de la dictadura de Pinochet, misma que vivió en carne propia en medio de los bombardeos de septiembre de 1973 y luego en el exilio.

La función del cine en particular, y del arte en general, como expresión de memoria y registro daría para muchos más caracteres que los que caben en esta columna. Por citar algún ejemplo, el francés Alain Resnais realiza tanto el sobrecogedor documental Noche y niebla sobre las atrocidades sufridas por el pueblo judío en la Segunda Guerra, como el largo de ficción Hiroshima Mon Amour, donde la melancolía de un amor sin futuro no alcanza a contestar y menos a explicar lo que la bomba atómica de Truman hizo pasar a los habitantes de la citada ciudad.

Por los lados de Colombia, mucho del registro y memoria desde el documental se le debe a la gran maestra Marta Rodríguez, quien desde los años 60 viene trabajando en ser testigo, voz e imagen de comunidades marginadas en distintas partes del país. Y más tarde, desde la televisión, fue la antropóloga Gloria Triana con la serie Yuruparí, emitida por la que ahora es Señal Colombia. En la ficción es menester acordarse del trabajo casi proscrito de Dunav Kuzmanich con Canaguaro, y de obras como El río de las tumbas, de Julio Luzardo; Cóndores no entierran todos los días, de Francisco Norden; Confesión a Laura, de Jaime Osorio, y muchas más que la memoria no esquiva y que me encantaría poder citar. El cine, lo digo en primera persona, es la materialización del anhelo humano por vivir eternamente.

En estos tiempos que como país empezamos a vivir, el papel del cine y del arte es fundamental para no dejar vacío el álbum de fotos. En esa medida, con sus más y sus menos, es importante el esfuerzo de periodistas y realizadores detrás de obras como El silencio de los fusiles y El fin de la guerra, para citar las dos que se han exhibido en salas en las últimas semanas. Y faltan más, y ningún número puede que sea suficiente. El pasar la página del libro no implica olvidar el capítulo pasado. Que no se nos olviden los errores y los horrores. Que aprendamos de ellos a perdonar y a hacerlo mejor. Que el cine y el arte nos ayuden. Que no nos dé vergüenza el álbum de fotos. Eso fuimos. Eso somos.

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@alfredosabbagh