El gobernador y la Asamblea de Antioquia y el Concejo de Medellín enfrentan una batalla a ver quién condecora más y quién, entre todos esos ‘hijos ilustres’, es el más mediático. Porque de eso se trata todo esto: de publicidad política pagada por el Estado. Salvo política, los políticos solo hacen política. Y política para ellos son votos. Cuando homenajean al Papa, Ordóñez o J Balvin sus ojos están puestos en las elecciones. Si condecoran a Maluma no es porque les gusten las Cuatro babys. Es porque Maluma tiene seguidores. De modo que en realidad homenajean a los fans de Maluma para que así los fans, juas, voten por ellos.
Antioquia es la sociedad del mutuo elogio: todos son unos berracos. En el resto del país esto es criticable, quizás porque en el resto del país la envidia es el gen nacional, y cuando alguien comienza a surgir de inmediato lo hacen caer. Los antioqueños, en cambio, se apoyan entre ellos. Y eso no está mal: les ha dado resultado. Por supuesto, con frecuencia se les va la mano en los mutuos elogios, como en esto de celebrar a Maluma como gran poeta urbano o con lo de compararlo con Débora Arango. Aunque aclaro, si hay a quienes les gusta su música ese es gusto de ellos, y entre gustos no hay disgustos.
A quien se le fue la mano fue al gobernador, pero resultó ganador: los medios hablaron de él. Y en política no importa la polémica sino que el nombre entretenga. Ya habrá algunos para quienes todo lo que otros juzgan criticable ellos lo juzgan correcto. Y he ahí los votos. A Maluma, en tanto, le fue mal: las redes se volcaron luego en su contra y no en contra de quien alborotó el avispero. Los políticos siempre caen de pie: arrojan al cristiano a los lobos mientras ellos los despojan, así sea por cierto tiempo, de su popularidad.
¿Acaso el tonto del pueblo no sobrevive, precisamente, a fuerza de hacerse el tonto? Qué importa si se burlan de él o se le ríen a las espaldas si al final los piadosos le dan de comer, y hasta cama y cobijo, aun sabiendo que, por ser tonto, no tiene absolutamente ninguna responsabilidad. Solo por ser tonto puede hacer lo que le da la gana. Agarrar las tetas de las muchachas en flor o carcajearse en medio de la misa. Como en aquel cuento de Cela, en el que un tonto, Blas Herrero Martínez, espera que muera el otro para ser declarado, oficialmente, “Tonto del pueblo”, pues era un pueblo tan pequeño que no daba para dos tontos.
Aquí en cambio hay muchos tontos, pero no son los que están en los concejos, las asambleas, en ambas cámaras, en Presidencia, en la oposición. Más bien ellos son muy vivos y a fuerza de hacerse los tontos nos gobiernan, porque en últimas los tontos somos nosotros, que los celebramos con nuestros votos para que condecoren a quienes les venga en gana y luego, con dineros públicos, sigan dando lora en el poder.
PD. Mi solidaridad con el dolor vallenato. Paz en la tumba de Martín Elías.
@sanchezbaute