En la película Fragmentado, el protagonista central se debate contra la multiplicidad de personalidades en un mismo cuerpo, en un mismo cerebro: trastorno de identidad disociativo (TID).
Cohabitan en él, una mujer, un hombre obseso por la limpieza, un amanerado diseñador, un niño y al final descubrimos que, también, un monstruo de fuerza incontrolable. La trama se desarrolla alrededor de la relación que este tiene con su siquiatra, una mujer de avanzada edad, y del secuestro de tres jovencitas perpetrado por él.
En el colofón de la historia, controlado ya por la bestia, toma dos decisiones dispares; asesina a dos de las secuestradas y a su siquiatra y deja viva a una de las jóvenes, quien, en su niñez, había sido ultrajada y violada por un tío pederasta, lo que le vale, según la lógica del perverso personaje, para no matarla, porque los que han sufrido son los que no tienen que morir.
Finalizada la función y quizá como mecanismo de defensa a cierto impacto de algunas escenas, empecé a futbolizar el tema. Y lo primero que pasó por mi cabeza fue el parecido del personaje con la manera de jugar y resolver situaciones en un terreno de juego de Toloza, el delantero de Junior.
Con asombrosa prontitud y sorprendente diferencia, como si no fuera el mismo, Toloza pasa de asaltar a máxima velocidad el espacio útil que existe a espaldas de los defensas rivales, con un desmarque que ya quisieran tener el resto de delanteros del fútbol colombiano, a lanzar el balón fuera del alcance de sus compañeros con una deficiencia técnica que ningún otro delantero del fútbol colombiano quisiera tener.
Hay un Toloza que corre más que todos y hay uno que yerra más que todos. Hay un Toloza que es sinónimo de peligro y hay uno que es sinónimo de imprudencia. En una bipolaridad futbolística desconcertante, hay un Toloza que desperdicia las jugadas más simples y, cuando la andanada de improperios aterriza desde las gradas al campo, entonces finiquita con depurada técnica una oportunidad más compleja.
Un trastorno disociativo futbolístico. Toloza pone en una encrucijada al técnico: es el que más situaciones de riesgo genera, pero es el que peor las resuelve. Cómo lo saca si rebasa al rival, cómo lo deja si es tan impreciso. Y en la afición también provoca reacciones disímiles: reproches por su torpeza, reconocimiento por su esfuerzo. El personaje de la película mató a su siquiatra que confiaba en él y en su adaptación a la vida. Pero también el personaje, en un acto de humanidad, deja viva a una de las jóvenes. Supongo que los hinchas de Junior desean que este sea el Toloza de este año. Y no uno que termine matando –futbolísticamente hablando, por supuesto– a quien confía en él.