Hace algunos años, la Academia Colombiana de la Lengua trató de contener la proliferación de vocablos extranjeros, sosteniendo que nuestro idioma posee la mayor riqueza de palabras y la más versátil condición de recursos para designar cualquier idea o pensamiento. Y no es para menos. Por algo, el castellano ha sido considerado como la lengua de los poetas, de los escritores y hasta de los filósofos.
Pero en ese enfrentamiento, la asociación de académicos perdió la batalla dejando al descubierto lo que parece ser un prudente silencio ante la incontenible avalancha de vocablos extranjeros que nos invaden desde hace algunos años como es el caso del inglés que, indiscutiblemente, se ha convertido en un idioma práctico y de estructura breve para entrar por la puerta grande de la economía y la comercialización en todos los países del mundo.
Debido a lo anterior, y aunque no creo que sea posible incorporar este idioma al nuestro, considero que es lógico y posible permitirlo como aporte flotante de términos. ¿Por qué lo digo? Basta con darle una mirada a los nombres de los establecimientos comerciales que nos rodean o simplemente analizar los nombres de las series que vemos en televisión. Hush Puppies, United Colors of Benneton, Spring Step, Boots and Bags, Crepes & Waffles; The Simpons, Friends, The Big Bang Theory y Lost son apenas una muestra de la larga lista que nos identifica.
Pero no solo eso. Nuestros hijos usan, con orgullo y muchas veces sin saber su significado, gorras con el logo de equipos americanos de béisbol como el New York Yankees, camisetas con las iniciales o nombres de ciudades como Miami o Los Ángeles, cazadoras estilo universitarias de los equipos de baloncesto emblemáticos como el Boston Celtics o Los Lakers, y zapatillas que promocionan jugadores profesionales de marcas como Nike o New Balance.
Ya hemos adaptado también a nuestro vocabulario palabras como okay, show, tour o poster; es más fácil decir clóset que armario, lobby que vestíbulo, o reemplazar las palabras sintonía por rating, calcomanía por sticker… y así interminablemente.
En ese orden de ideas, hispanos residentes en los límites con Norteamérica –como es el caso de los mexicanos, cubanos y puertorriqueños– en aras de consolidar su identidad idiomática y como una elegante contraprestación para hacer más extenso su vocabulario, instalaron, con un precario resultado, lo que conocemos actualmente como el Spanglish, una fusión entre el español y el inglés, que, a mi modo de ver, no es más que un fenómeno sociocultural, producto de la inmigración latina.
Así las cosas, ¿vale la pena recabar información para comprender a qué se debe este fenómeno?, ¿acaso se deriva de un problema de enseñanza bilingüe defectuosa?, ¿se produce como consecuencia de una pobreza léxica?, ¿o quizás solo sea producto del esnobismo desenfrenado hacia idiomas que no son los maternos?
Le dejo la inquietud, en un mundo en el que las lenguas y sociedades se nutren de intercambios culturales y en el que el inglés se ha consolidado como el idioma internacional por excelencia.