Somos auténticamente fanáticos del aumento de la cobertura educativa en el país, tanto en la primaria y secundaria como en el escenario profesional. Tenemos, como millones de colombianos, la certeza de que solo un pueblo educado, culto, preparado intelectualmente puede salir adelante y construir destinos con desarrollo y progreso. Por ello consideramos que todos los esfuerzos que los gobiernos hagan como lo están haciendo actualmente para duplicar la capacidad de estudios a millones de muchachos es un logro por apoyar, sin distingos políticos o preferencias partidistas. Es de los temas que no admiten una favorabilidad politiquera.
Según registros del Ministerio de Educación, más o menos 5.000 estudiantes universitarios cada año reciben su grado. Algunos de ellos con notas sobresalientes, otros regulares y desafortunadamente la mayoría silenciosa que camina desde el principio hacia la mediocridad obtiene raspando su diploma lleno de afanes y de incredulidades hasta consigo mismo. Sobre este panorama potencialmente son cinco mil jóvenes de ambos sexos que entran sin permiso, por natural evolución social, hacia el campo laboral. Diversificados en bastantes disciplinas se riegan por toda la Nación buscando dónde aterrizar para empezar a poner en práctica lo que aprendieron en un pregrado o un posgrado de mediana o mayor categoría. Son, en resumen, un conglomerado que, sobre 48 millones de habitantes en el país, ingresan a un mercado que cada día lo encuentran más esquivo, más difícil, más competido.
Entonces viene la gran lucha, el tremendo desafío. Ese enfrentamiento entre los anhelos, los deseos, las ganas de empezar y las realidades escuetas de la vida en un país que como Colombia, cultiva muchas mentiras estadísticas. Tantas y tan flagrantes como decir por parte de las entidades especializadas que la tasa de desempleo promedio entre todas nuestras regiones es actualmente del 9%. Pero lo que no dicen estas cifras oficiales es que el noventa por ciento supuestamente con un trabajo normal, lo que en realidad contiene es un alto grado de informalidad porque la mitad de ellos ‘colocados’ se defienden dentro de lo que Tony Blair llamó “un subestrato social que tiene con qué alimentarse pero muy poco para vestirse y divertirse”.
La realidad escueta es que contemplamos cientos de muchachos y niñas que después de cinco años de estar forjándose en aulas universitarias salen a repartir hojas de vida y terminan, con los meses, conduciendo un taxi, vendiendo aparatos en una esquina, poniendo puestos de frutas en otra o ayudando en bicicletas a repartir encomiendas ajenas. No es que estas actividades mencionadas sean deshonrosas, ¡por favor! Pero no es lógico que se estudie cinco años profesionalmente para terminar vendiendo perritos calientes en cualquier barrio.
Y no hemos mencionado a los miles que egresan de estudios técnicos con apenas cuatro o seis semestres. Ante esta realidad cruda los gobiernos no tienen otra alternativa que enfrentarla con valor. Si Colombia no genera más empleo el fermento social seguirá creciendo. Y la única manera de crear empleo es hacer crecer la producción, y esta solo crece cuando hay más inversión, más seguridad jurídica, menos impuestos, más mercados si es necesario subvencionados, mayor capacidad de desarrollo del campo y una altísima inversión en tecnología que nos ayude a salir del subdesarrollo.