No es la primera vez que toco este tema que me saca de casillas y voy a insistir de nuevo porque las estadísticas nos informan que somos una nación con un altísimo porcentaje de pedófilos y que, además, los hombres consideran apropiado y normal golpear a las mujeres. Solo en Barranquilla el 23.7 de los varones lo acepta como conducta apropiada y se fundamenta en una enfermedad psiquiátrica, la celotipia.

Con este tipo de datos y otras cifras que nos dicen que en este año fueron abusados 16.000 niños y niñas, cuyas edades arrancan de cero a 14 años en los más diversos escenarios y clases socioeconómicas, es hora de que algún representante público o el gobierno presenten una ley que prohíba en forma terminante todo tipo de concurso para menores de edad que no se fundamente en habilidades y capacidades intelectuales. Piénsese que si hubo 16.000 denuncias el número real debe ser cercano a los 50.000 porque se sabe que solo presentan cargos un mínimo del 39 por ciento de los casos, entre otras razones —además del sometimiento psicológico y la dependencia económica— porque es un suplicio y una humillación ser revictimizadas al momento de hacer la denuncia y luego viene el careo y el “asunto de familia” como lo describió en mala hora el señor fiscal Martínez.

De manera que la prohibición de que las niñas desde los cuatro años se suban a una tarima a desfilar, maquilladas, vestidas como adultas y peor, casi encueras en trajecitos de baño, es una necesidad urgente y una obligación de la poca decencia que existe en el país, tan enamorado de los reinados infantiles, para regocijo de enfermos que disfrutan enormemente la observación de cuerpos tiernos apenas en formación que las actitudes y poses que les enseñan sus madres (malditas todas ellas) convierten en claros señuelos sexuales.

Luego vienen los horrendos sucesos como el de la niña Samboní que ha despertado la ira de la Nación pero también un morbo intenso que los medios de comunicación aprovechan para zambullirse en la familia del asesino confeso, porque es miembro de la alta sociedad bogotana. El criminal es él, pero los medios han exhibido a la familia y creo que tanto sufre su madre, por haber parido semejante monstruo, como la madre de la víctima.

Lo único cierto es que ese caso es uno de los 56 que suceden a diario y nos importan tres centavos, ni siquiera socorremos a los que vemos recibir palizas en el espacio público porque “los hijos son propiedad de los padres” o conocemos a madres enloquecidas exhibiendo a su niña linda para satisfacer sus sueños frustrados y no les decimos nada. Y eso nos hace cómplices de los miles de gráficos que día a día abusan de menores o revientan a patadas a sus mujeres: por Dios, no más concursos de belleza para niñas.

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