La película cuenta cómo vive la tragedia una familia turista.
Es difícil encontrar un espacio en el mundo donde no se viva bajo el espectro de una posible tragedia. Si no es el estigma de la guerra o el terrorismo, es la inminencia de algún fenómeno natural que se escapa del control humano.
Geiranger, la villa turística en la región de Sunnmøre en medio de los fiordos noruegos donde tiene lugar esta historia, parece ser el perfecto escenario geográfico para unas vacaciones privilegiadas. El juego de azules entre el mar y el cielo con el corte montañoso no se ven en ninguna otra parte, y la temporada turística se aproxima.
Pero el pueblo, que está localizado bajo el nivel del mar, se encuentra en las inmediaciones de la montaña de Akneset, la cual manifiesta una amenaza constante de desplazamientos rocosos que la pueden hacer colapsar, hecho que provocaría un inevitable tsunami.
El estado de expectativa es entonces permanente, y se hace claro y concluyente al comienzo de la película, donde se explica de manera documental lo acontecido en 1934, cuando un enorme desprendimiento rocoso provocó una ola de setenta metros de altura que dejó cuarenta personas muertas.
Los geólogos que han estudiado el fenómeno afirman que volverá a ocurrir, por lo cual la montaña se encuentra en permanente monitoreo.
El protagonista de la historia, que en el contexto de esta cinta podríamos llamar héroe, es Kristian (Kristoffer Joner), un geólogo que trabaja en el centro de observación y control de los movimientos de la montaña. Está a punto de cambiar de trabajo, contratado por una empresa petrolera, y al comienzo de la película vemos que se celebra su despedida.
Su esposa Idun (Ane Dahl Torp) trabaja en el hotel de la villa, y tienen dos hijos, Sondre (Jonas Hoff Oftebro), un adolescente, y una adorable pequeña, Julia (Edith Haagenrud-Sande), que nos cautiva con sus preguntas inocentes.
El inevitable desastre, previsto por Kristian separa a los integrantes de esta familia tradicional, utilizada eficientemente por el director Roar Uthaug para crear mayor identificación de la audiencia.
Una de las escenas más impactantes es la de la evacuación que se muestra en tiempo real –solo hay diez minutos para subir a un sitio seguro, una vez detectado el desplazamiento- mientras los desesperados familiares buscan salvación y reencuentro.
Aunque algunos de los sucesos son previsibles y ya los hemos visto en otras producciones similares como The Impossible (J. A. Bayona), que narra la odisea de una familia de turistas durante el tsunami en Tailandia en 2004, la película nos mantiene en estado de intriga y vigilia permanente.
La última ola tiene las características típicas de un thriller de Hollywood y, como tal, resulta eficiente. Las actuaciones son convincentes, presenta buenos efectos especiales, pero no debemos asistir pensando que vamos a ver cine europeo clásico. Este filme representó a Noruega en la selección para los Premios Óscar en la categoría Mejor Película Extranjera, sin clasificar entre las finalistas.