Era la noche de mi infancia, y mi madre, para dejarme en la orilla de los mares del sueño, me recitaba los versos de José Martí: “Cultivo una rosa blanca, en junio como en enero, para el amigo sincero que me da su mano franca”. Y en el techo de madera de aquella casa que fundó mi historia, circundada por mágicas presencias vegetales, se formaban figuras de duendes y seres encantados. La poesía instauraba, en la isla de mi corazón, una fe inquebrantable que me ha salvado la vida.
Sin la poesía no somos humanos, sino esta cosa ajena, competitiva y feroz, disfrazada de discurso eficiente, seudo ciencia u orientalismo ready made, pero jamás cultivado en el exquisito jardín de Marcel Duchamp, esta pesadilla de horror psicótico que prevalece, camuflado de sentido común, en los inhumanos fueros de la actualidad pedestre, la religión del absurdo disfrazada de racionalidad. Mientras tanto, perdemos el alma y el mundo.
Abrázame, poesía, hazme tuyo, acógeme en tu cálido regazo, devuélveme a esa sola sombra larga mientras, a lo lejos, alguien canta y se oyen los ladridos de los perros a la luna. Porque era la noche, y el amor de mi madre, y sucedió por primera vez que los mensajeros de los dioses me contaron, con los abuelos, que hace tiempo navegaba en el Cesar una piragua, que partía del Banco, viejo puerto, a las playas de amor en Chimichagua. Y solo quedan los recuerdos en la arena, donde yace, dormitando, la poesía.
Hasta los poetas tao, que al mismo tiempo eran pintores, declaraban la nombradía poética de su desolación, de su sensibilidad y la hondura dolorosa de sentir el mundo y sus demonios, pero occidente ha transformado el pensamiento oriental en una inculta latiniparla de positivismo impostado, y ciertamente psicópata, que le sirve de coartada a un capitalismo monstruoso. Pura exaltación del complejo R, ética de reptiles. Te prohíben que sientas y, más aún, que expreses tu sentir. Pero solo quien ha llorado con todas las lágrimas sabrá reír con toda la risa. Porque somos lucha y unidad de los contrarios.
La poesía es el camino de regreso a la humanidad perdida. No nos salvan los acuerdos de paz, sino los acuerdos de poesía. ¿Dónde está eso? Como Pablo Neruda, ha fijado su residencia en la Tierra, pero sucede que pierdo mi humanidad en un mundo donde el olor de las peluquerías hace llorar a gritos y, cuando Marylin Monroe llama a Dios por teléfono, le contesta una grabación que dice: “Wrong number”. Sucede, con Walt Whitman, que soy un Cosmos, y tú también, y hay caos y hay orden, y hay principios de incertidumbre que rigen el curso de las partículas elementales en el interior del átomo así como el itinerario estelar de nuestras vidas. Porque somos las peras del olmo, y hay que pedirnos siempre la hipótesis del imposible, del amor, en un mundo desolado que ha perdido la fe en todo porque abandonó la estela sobre la mar, porque caminante no hay camino, se hace camino al andar
En la orilla de los mares del sueño siempre, desde mi infancia, no he dejado de cultivar una rosa blanca de poesía. Aquí la dejo en tus manos. Salvará tu vida. Es una rosa sin porqué: florece porque florece.
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