En una entrevista de prensa, a propósito del lanzamiento del libro El engaño populista, una de los dos autores, la politóloga guatemalteca Gloria Álvarez, explica los factores que, según su opinión, sintetizan ese “mecanismo de manipulación sicológica”, tan antiguo como la civilización.

Dice la escritora que el populismo en América Latina se conforma cuando se unen la paranoia neoliberal, el culto al Estado, el rechazo al individualismo, el victimismo y la manipulación cultural ejercida a través de los medios de comunicación. Por supuesto que se trata de una aproximación a los casos recientes de los gobiernos de izquierda en la región, todos fraguados a la sombra de la trasnochada autoridad moral cubana.

Tienen razón los autores en el punto de partida de su análisis. Pero la señora Álvarez olvida en la entrevista (y en el libro también) que el populismo no solo corresponde a caudillos castristas de papel. Cuando le preguntan acerca del caso colombiano ella acomoda su respuesta de una manera sorprendente. Dice que aquí se usan los métodos populistas desde el Estado para estigmatizar a los detractores del proceso de paz, cuando es evidente que es justamente al revés.

Siguiendo su juiciosa categorización uno se da cuenta de que el libro en cuestión tiene un evidente sesgo ideológico al excluir a Álvaro Uribe del grupo de los gobernantes perfilados. Todos los factores inherentes al populismo pueden ser aplicados con certeza en la ideología y métodos del uribismo, antes y ahora.

Veamos tres de ellos. La paranoia neoliberal, caballo de batalla del chavismo venezolano y de sus amigos continentales, es equiparable a la paranoia comunista (castrochavista) que define todo el discurso opositor y fanático del senador ex presidente; no hay declaración suya ni de sus corderos que no usen al menos una vez ese argumento para descalificar cualquier cosa que el Gobierno haga o diga. El victimismo es otra de las consignas que comparten los caudillos de la izquierda latinoamericana con la secta agroparamilitar del líder antioqueño; sus cuadros investigados, juzgados y condenados –muchos de ellos prófugos de la justicia– asumen sus procesos penales como una persecución inmisericorde y abyecta del régimen de Santos, un aristócrata arrodillado ante el terrorismo. Por último está la manipulación cultural mediática, de la cual Uribe es un verdadero maestro; su calculada manera de martillar en los medios y en las redes mentiras pequeñas que, a fuerza de repetición, se van convirtiendo en certezas en las mentes de la porción inculta del pueblo que lo adora, merece todo un estudio de expertos en propaganda sucia.

La izquierda caudillista es, por supuesto, una vergüenza para la región y para los pueblos que la han soportado. Pero no nos engañemos con las tesis aplicadas selectivamente en este libro que ya está en el mercado; porque el principal ejemplo de populismo de este continente, el más descarado y el más peligroso, está liderado por un señor colombiano que fue presidente por 8 años y que ahora detenta un asiento en el Congreso.

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